domingo 02 de febrero de 2025
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Auge y caída

OFA, la fábrica que dio vida a La Plata con sus motores de vanguardia

Pionera en la industria local, logró construir modelos únicos en Latinoamérica. Pese a su debacle, la memoria sigue viva en la ciudad.

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Décadas atrás, allí donde hoy se encuentra el Camino Centenario y la avenida Arana, a la altura de la estación de Villa Elisa, no había tránsito. No había conductores apurados ni semáforos ni comercios ni centros de vigilancia policial. Décadas atrás, en esa esquina había chimeneas humeantes, había hombres vestidos de overol que respondían al llamado de una sirena ensordecedora, había máquinas en constante movimiento. Había, entonces, una fábrica.

La Organización Fabril Argentina fue creada en 1947 por un italiano llamado Dino Rocco. Según se sabe, Rocco tenía una fábrica de vitrolas y pequeñas piezas metalúrgicas en Milán, pero la crisis europea de la posguerra lo obligó a buscar nuevos territorios para su empresa. Fue así que pensó en tres posibles destinos: Australia, Sudáfrica y Argentina.

La versión más romántica asegura que eligió estas tierras porque le recordaban a su Italia natal. Pero hay otra, más racional, que señala los excelentes beneficios que ofrecía el gobierno de Juan Domingo Perón a las nuevas industrias; en línea con su política de sustitución de importaciones. Y eligió Villa Elisa porque las disposiciones de la época le impedían instalar una fábrica a menos de 30 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.

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Por entonces, Villa Elisa era un lugar apacible que tenía muy pocos pobladores permanentes. En esa zona las élites platense y porteña poseían residencias que se usaban para el descanso durante el fin de semana. Y allí donde no había casas residenciales, había campo: terrenos destinados al cultivo de verduras, hortalizas, frutales y flores. Dino Rocco trajinó esa zona hasta encontrar un lugar adecuado para su emprendimiento.

“Recuerdo que estaba jugando al fútbol en medio del campo con unos eucaliptos enormes, cuando pararon unos camiones y se bajaron unos tipos. Y uno de ellos me dice: ‘acá vamos a poner una fábrica’, y yo le respondí: ‘no, acá estamos jugando al fútbol’. Esa fue la primera vez que lo vi a Rocco. Y después vinieron y la pusieron. La levantaron toda ellos, Rocco y los otros que vinieron con él“, cuenta Ricardo Birche, un lugareño que fue durante años trabajador de OFA.

En efecto, Rocco llegó con su familia y cinco trabajadores de confianza, con quienes fundó la fábrica que mantuvo las siglas de su homóloga italiana OFA, que del otro lado del Atlántico significaba Office Fonomeccaniche Affini y aquí refería, en principio, a la Oficina Fabril Argentina; que luego tomó el nombre definitivo de Organización Fabril Argentina.

Primero montaron unos galpones de chapa y madera en los que valiéndose sólo de una prensa, un torno y otras máquinas pequeñas, comenzaron a fabricar todo tipo de artefactos. Palos de escoba, separadores de placa de baterías, electrosecadores de mano, arados manuales y morsas se contaban entre sus primeros productos. No obstante, al poco tiempo advirtieron que lo que necesitaba el mercado local era otra cosa.

LA INDUSTRIA LOCAL

Por esos años, el partido de La Plata, que todavía incluía a las localidades de Berisso y Ensenada, tenía una intensa actividad industrial. La destilería de YPF, la Base Naval y Astilleros Río Santiago marcaban el pulso de la economía local; a ellas se sumaban las industrias alimenticia y de metalurgia liviana.

En la década del ‘60 se instalaron otras empresas de gran envergadura como la Propulsora Siderúrgica, la Fábrica Militar de Ácido Sulfúrico, la Cooperativa Industrial Textil Argentina (CITA) y la Sociedad Industrial de Aparatos de Precisión (SIAP).

Dino Rocco construyó un vínculo paternalista con sus trabajadores, en los que primó un sentido de pertenencia con la fábrica

En Villa Elisa y alrededores sobresalían las plantas de Peugeot y Alpargatas, ubicadas en la localidad de Gutiérrez. Además existían otras pequeñas y medianas empresas como FAPECO, fabricante de equipos telegráficos y centrales telefónicas; DYNE, que producía equipos electrónicos para medicina; COARPRO, que fabricaba caudalímetros; CORCHOFLEX, productora de planchas de corcho y goma para juntas de motores; La Fortaleza, que producía diversos derivados del azufre; y Transradio Internacional, que operaba comunicaciones de onda corta.

Todas estas firmas constituyeron un importante foco de desarrollo hasta mediados de los años 70, cuando la dictadura cívico-militar comenzó el proceso de desindustrialización. A partir de entonces, todas corrieron una suerte similar: las que no cerraron por quiebra, se vieron obligadas a reducir al mínimo su producción.

DE PALOS DE ESCOBA A LOS MOTORES

A mediados de los ´50 Dino Rocco decidió hacer su primera gran inversión e instalar una planta fundidora. Esto le permitió a OFA derretir acero, moldearlo y empezar a fabricar motores eléctricos y bombas centrífugas. Durante los primeros años se trató de una producción pequeña; tal es así que era el propio Rocco quien se ocupaba de las compras y las ventas de la fábrica. Hay quienes lo recuerdan parado, bajo la lluvia, esperando el Expreso Buenos Aires para ir a ofrecer sus productos a la Capital Federal o llevando los motores en su vieja furgoneta hasta la estación de trenes.

Poco a poco la Organización Fabril Argentina se posicionó en el mercado interno y decidió dar un nuevo salto. En 1964 la empresa incorporó a su producción la fabricación de motocompresores para refrigeradores comerciales y domésticos y motocompresores para aires acondicionado; dos productos que hasta ese momento no se fabricaban en ningún país de América Latina.

“OFA sacó un motor que lo vendió a todos lados. Las heladeras Siam 90, que fueron unas heladeras emblemáticas que hizo Di Tella (…) tenían ese motor”, recuerda Víctor Salinas, comerciante e integrante de Vecinxs por la Memoria, la Verdad y la Justicia y de OFA para la comunidad, del barrio de Villa Elisa.


Así, Dino Rocco introdujo en el país el modelo de origen norteamericano y lo patentó con la marca “Leoncino”, que en italiano significa “león pequeño”; el mismo apodo que utilizaba para referirse a su nieto recién nacido. Se trataba de un motocompresor hermético, que llegó a ser el producto más exitoso de la empresa.

A partir de entonces OFA amplió sus instalaciones, sumó nuevos operarios y aumentó sensiblemente su producción. En épocas de fuerte demanda, el ritmo al interior de la fábrica se volvió vertiginoso. El trabajo se organizaba en tres turnos rotativos con 500 operarios que ejecutaban, durante ocho horas, las diferentes fases del proceso: fundición, moldeado, bobinado, soldadura, ensamblado y supervisión. El trabajo en cadena se repetía ininterrumpidamente hasta que sonaba la sirena y se producía el cambio de turno. Entonces otros 500 trabajadores ocupaban sus puestos y comenzaban todo de nuevo. Las máquinas nunca se detenían.

Sin embargo, la actividad exponía a los trabajadores a ciertos riesgos. “Veo que muchos dicen ‘mirá eso, qué lindo para dejarlo de recuerdo’, por las chimeneas. ¡Si les hubiera tocado estar ahí arriba como estaba yo a veces! El fuego te venía todo a la cara, te quemaba. Porque cuando el hierro o los carbones se traban, tenés que estar ahí arriba con una barreta y empujar para que caigan (…) Y hacía un calor… ¡como 50 grados! Y todos los días fundíamos. Pero bueno, a mí me gustaba”, recuerda Ricardo Birche.

OFA llegó a ampliar su circuito de clientes con marcas como Dream, Philco, Aurora, Phillips, BGH o Siam que le compraban, cada vez más, sus motores para heladeras, lavarropas, aire acondicionados, cortadoras de césped, bombeadores y pequeñas maquinarias. De esta forma, al amparo de las políticas proteccionistas impulsadas por el Estado, la fábrica se vio beneficiada por la poca competencia en la producción de motocompresores y comenzó a expandirse más allá de Buenos Aires.

Para finales de la década del ´60, los motores hechos en Villa Elisa atravesaban fronteras y llegaban a países vecinos, especialmente a Chile y Uruguay. En la década siguiente, la empresa rompió todos sus récords al producir 450 mil motores por año.

VILLA ELISA CRECE CON LA FÁBRICA

El efecto expansivo de su crecimiento se hizo sentir entre los pobladores de Villa Elisa. La firma no sólo dio empleo a muchas familias, sino que reconfiguró la dinámica de toda la comunidad de Villa Elisa. El número de habitantes creció y, junto con ellos, la cantidad de comercios que se instalaron alrededor de la fábrica, así como los talleres de bobinado que trabajaban para la empresa.

Las mujeres fueron un eslabón clave en la sala de bobinados. Solían llegar en bicicleta a la fábrica.

“Mirá la importancia que tenía la OFA que cuando nosotros compramos la agencia de lotería, abríamos a la mañana, cerrábamos al mediodía -ahora hacemos horario corrido- y volvíamos a abrir a las tres de la tarde, porque a esa hora sonaba la sirena de la OFA y salían 500 tipos al mismo tiempo. El flujo de esos operarios regulaba todo el comercio de Villa Elisa”, señala Víctor Salinas.

La OFA devino, así, en un importante foco productivo para la comunidad y sus alrededores. Y este impacto a nivel económico tuvo también su correlato en la esfera social e institucional de esta localidad. Su dueño estrechó relaciones con instituciones locales como el Centro de Comercio e Industria de Villa Elisa, el colegio parroquial y la asociación Scout. Además, hizo contribuciones para la instalación de un destacamento de bomberos, una parroquia y una escuela.

“Rocco tuvo vínculos importantes con la creación de una escuela técnica, la Escuela República de Italia, a la cual donó gran parte de sus maquinarias. También donó un predio para que se funde una iglesia católica, a pocas cuadras de la empresa. Es decir, era una figura relevante en la vida comunitaria”, explica Juliana Frassa, docente de la carrera de Sociología en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y autora de la tesis “El mundo del trabajo en cambio. Trayectorias laborales de los extrabajadores de OFA”.

Quizás el ejemplo más claro, no sóo de la relevancia de Rocco, sino también de la fuerte vinculación entre la fábrica y su comunidad, sea el caso de la escuela técnica. Esta escuela, llamada República de Italia en honor a los orígenes de Rocco, ofrecía a sus alumnos una formación técnica y la posibilidad de realizar pasantías en OFA, lo que les facilitaba su posterior inserción al mundo laboral.

Básicamente (la escuela) surge como la idea de especializar, sobre todo, a los hijos de los trabajadores, para que después ingresen con ciertos conocimientos técnicos a la empresa. Era un proyecto a largo plazo”, reflexiona Juliana Frassa.

LAVORO FAMILIARE

Quizás influenciado por el papel central que tiene la familia en la idiosincrasia italiana, Dino Rocco estableció para su empresa un mecanismo de contratación que privilegiaba los lazos familiares. La incorporación de los nuevos operarios no siempre estaba vinculada a la experiencia previa o al cumplimiento de requisitos técnicos. En muchos casos bastaba con ser hermano, hijo o sobrino de algún trabajador de la fábrica para ingresar a la planta.

En su tesis, Frassa recolecta testimonios de ex trabajadores de esta fábrica. uno de ellos decía: “En OFA había mucha familia. Nunca me voy a olvidar el caso de Miño, que eran muchísimos de familia y cuando alguno se moría, ese día, faltaban a la fábrica como 30 personas”. A su turno Birche confirma: “Yo tenía un cuñado y sobrinos que trabajaron muchos años en la OFA. De mis hijos, el más chico trabajó un tiempo en control de calidad (…), y mi señora, que era bobinadora; la conocí allá, en la fábrica. Había muchas mujeres bobinadoras. Mi hermana Elena también trabajaba como bobinadora”.

En tiempos de gran productividad, por la avenida Arana se veía a cientos de mujeres llegar a la fábrica en bicicletas. Iban con sus carritos vacíos y en OFA los llenaban de materiales para hacer el trabajo de bobinado. Un trabajo relativamente sencillo que consistía en apilar las chapas de manera ordenada, pasarles un alambre de cobre -primero uno grueso, luego uno más fino- y enrollarlas formando un paquete.

“En general eran las mismas esposas de los trabajadores de OFA. Muchas veces incluso trabajaban los hijos mayores y era trabajo a destajo: le pagaban por cantidad de motores bobinados. Había más de 400 mujeres que trabajaban para OFA, pero en sus domicilios”, señala Juliana Frassa.

Otra característica del trabajo en OFA fue la baja rotación del personal. La mayoría de sus empleados llegó a tener una gran antigüedad en la empresa, como es el caso de Birche: “Yo entré de pantalones cortos casi, tenía 16 años (…) ahí me quedé toda la vida. Me recibí de oficial moldeador y salí jubilado. 42 años de trabajo: entré en el 50 y salí en el 92”.

Birche fue uno de los primeros empleados que incorporó la empresa, en esos años en que los vínculos empleado-patrón no sabían de formalidades. “Me acuerdo que la primera semana ya me quería ir, porque no me gustaba estar encerrado. Así que renuncié y al otro día fui a donde yo trabajaba, que era una carnicería, y me dijeron ‘Ricardo, ¿qué hacés acá? Acá no vas a aprender nada, vos tenés que seguir en la fábrica’. Y fui a mi casa y lo mismo, ¡casi me matan mis hermanas! Así que tuve que ir de nuevo a la OFA y me dejaron volver a trabajar”, cuenta Ricardo Birche y se emociona al recordar sus años como moldeador. De esa época aún conserva su heladera con motor OFA y un diploma que le otorgaron cuando cumplió 20 años de servicio.

“Había un gran orgullo de pertenecer a la empresa OFA, una sensación como de agradecimiento a la familia Rocco por lo que les había dado. Y ahí se mezclan dos cuestiones: por un lado el reconocimiento de un modelo determinado que era la Argentina industrialista, que permitía a los obreros poder tener una mejor calidad de vida, acceder a una jubilación, a una obra social, a construir su propia vivienda. Eso está muy presente en la memoria de los trabajadores; pero también hay una impronta de la figura de Don Rocco”, explica Frassa.

EL JEFE

Una noche gélida de invierno Dino Rocco daba vueltas en su cama, algo le impedía conciliar el sueño. Desde lejos escuchaba los sonidos que llegaban de su fábrica y pronto se dio cuenta que había algo, un ruido, que faltaba. Entonces saltó de la cama y con pasos apresurados recorrió los pocos metros que separaban su casa de la fábrica. Los obreros que hacían el turno noche, primero, escucharon su voz “¡¿qué cosa succede con los balancines que no los escucho?!”, y luego vieron cómo el dueño de la fábrica se acercaba a ellos con paso firme, en calzoncillos y con una bata sobre sus hombros, exigiendo explicaciones.

Esta escena luego se repetirá en más de una ocasión, incluso sin motivos aparentes. Rocco visitaba la fábrica en horas de la madrugada, saludaba a sus empleados y ellos, acostumbrados a estas apariciones, lejos de incomodarse, se alegraban de ver al patrón tan cercano, mirándolos. No los vigilaba: los acompañaba. “Él trabajaba con nosotros, nos enseñaba a trabajar”, recuerda Ricardo Birche.

Dino Rocco no era sólo un jefe, era la persona a la que podían acudir para que le diera trabajo a un familiar o el que les prestaba dinero para pagar sus deudas. Pero también, era el jefe inflexible ante las demandas laborales. “Era un patrón un poco como el padrino (…) fuerte de carácter pero con un corazón de oro (...) era buena persona pero firme; era embromado”, dice uno de los ex trabajadores entrevistados por Frassa.

Y Ricardo Birche recuerda: “Rocco un día corrió a un delegado con un revólver. Era bravo cuando no te llevabas bien con él. A mí me quería”.

CONFLICTOS SINDICALES

Fueron varios los conflictos laborales dentro de la fábrica, claro que no todos terminaban con Rocco echando a sus delegados con un arma. Si bien muchos testimonios coinciden en señalar que el dueño de la fábrica era reticente a la acción sindical, también relatan que buena parte de los conflictos se resolvían por la vía del diálogo.

En OFA existían dos sindicatos: la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), que nucleaba a los obreros, y ASIMRA, que agrupaba al personal superior del sector metalúrgico. Fue durante la década del ´70 cuando estos sindicatos tuvieron un papel más activo; en algunos casos con reclamos justos y, en otros, abusando se sus atribuciones con pedidos exagerados, según el recuerdo de muchos ex trabajadores.

Estos conflictos se producían en un marco nacional de gran movilización sindical, política y social, que luego sería fuertemente reprimida por el Gobierno de facto, responsable de la desaparición de dos trabajadores de OFA.

EL PRINCIPIO DEL FIN

En 1976 el país que supo acoger a Dino Rocco cambió por completo. El régimen que tomó por la fuerza todos los poderes estatales, no sólo impuso el terrorismo como política de Estado, sino que implementó medidas económicas que dañaron gravemente a la industria nacional. Y OFA no fue la excepción.

La apertura indiscriminada del mercado colocó a la empresa en una situación de competencia desfavorable ante el ingreso de los productos extranjeros, en especial de productos fabricados en Brasil. “A nosotros nos traían equipos brasileros para ver y los desarmábamos todos… y eran todos cositos de plástico. Nosotros teníamos bujes de aluminio, de bronces (…), ellos no, por eso costaban mucho menos. No podía competir OFA con eso, eso la ayudó a quebrar también”, recuerda Ricardo Birche.

Y Víctor Salinas agrega: “Yo pienso que a OFA le costó adaptarse a la obsolescencia programada del capitalismo. Una de las patas del capitalismo es que las cosas se rompan. En OFA las cosas se hacían para que duraran muchos años y ese no era el proyecto capitalista”.

Hay varios factores que incidieron en la crisis de la empresa. La socióloga Juliana Frassa identifica dos causas principales: por un lado, la política económica implementada por el gobierno nacional desde fines de la década del setenta; y, por otro, el ineficiente manejo interno de la empresa por parte de la última dirección. En especial, la escasa modernización tecnológica de la fábrica y el modo en que se desaprovecharon sus años de auge.

En épocas de bonanza, OFA continuó utilizando las máquinas traídas por Rocco desde Italia, cuando trasladó su empresa. Y en varias ocasiones eran los trabajadores quienes debían usar todo su ingenio para reparar máquinas desvencijadas que ataban -literalmente- con alambres, para prolongar su vida útil.

Lo cierto es que la Organización Fabril Argentina entró en un largo proceso de crisis que tuvo su primer punto de inflexión en 1979. Ese año se produjo la primera convocatoria de acreedores y la empresa se vio obligada a efectuar un fuerte reajuste de personal: 400 trabajadores fueron despedidos; mientras que el resto, unos 350 dependientes y 200 procesistas externos comenzaban a tener problemas para cobrar sus sueldos.

LA DEBACLE

OFA ingresó a la década del ´80 tambaleándose. “Hay un primer intento de reducción y de hacerse fuertes en algunas de las líneas de producción más importantes. Como buena parte de las pymes nacionales, hay un momento de expansión donde por ahí incluso diversifican su producción y después, en épocas de ajuste y crisis, se achican. En ese sentido, hubo unos intentos de quedarse con algunas líneas de motores y descartan otras, de hecho se quedan con las más clásicas en términos de refrigeración”, explica Juliana Frassa.

Esta estrategia, sumada a la reducción de personal, contribuye a mantener a OFA de pie por algún tiempo. Pero en 1987 es sacudida por un nuevo acontecimiento: la marca Philips, uno de sus principales clientes, devuelve más de 20 mil motocompresores por fallas en su funcionamiento. La demanda monetaria por los daños causados, las reparaciones y la entrega de nuevos motores le cuestan a la empresa más de un millón y medio de dólares.


OFA, que ya había empezado a contraer deudas desde finales de los años 70, no logra recuperarse. Intentó algunas medidas como la reducción de la jornada laboral y la suspensión del personal; sin embargo, las deudas bancarias, previsionales y fiscales ya habían alcanzado montos exorbitantes en un contexto signado por la hiperinflación.
Todo esto hizo que la situación con sus empleados se volviera cada vez más tensa. La falta de pago de los salarios y las suspensiones de gran parte de los operarios llevaron a que, en marzo de 1990, los trabajadores decidieran tomar la fábrica.
Este episodio puso en alerta a toda la comunidad, dado que OFA representaba la fuente de ingresos directa o indirecta de muchísimas familias. Villa Elisa se hizo eco de un conflicto que sintió propio a través del cierre simbólico de los comercios de la zona y de la adhesión de la población local a los reclamos.
Pero ya no había mucho por hacer. En 1990 la empresa entró en cesación de pagos y presentó su última convocatoria de acreedores. “(Esta) es la tercera convocatoria de acreedores que enfrenta OFA. O sea, la empresa empieza a contraer deudas significativas desde fines de los ´70 y después, durante la década siguiente, no puede recuperarse. Bueno, y la debacle final. Por lo menos no recuerdo que hayan tenido una estrategia explícita para enfrentar esto y en términos de proyecto de negocios no había muchas reformulaciones posibles”, comenta Juliana Frassa.
Para ese entonces, en la empresa aún figuraban 345 empleados. Diez meses después, esa cifra se redujo a 235. Los golpes finales fueron la muerte de Dino Rocco, en 1991, y el menemismo. La implementación del Plan de Convertibilidad y la apertura brusca de los mercados por parte del gobierno de Carlos Saúl Menem fueron el tiro de gracia para la empresa.

LAS PÉRDIDAS

En 1993 OFA fue declarada en estado de quiebra definitiva. Se disolvió el directorio, se confiscaron los bienes de la familia propietaria y una administración judicial quedó al mando de la fábrica hasta 1997, año en que se produce el traspaso de la empresa al Banco Provincia, su principal acreedor.

La situación de los trabajadores se volvió inestable. Si bien, en un principio, se trató de un cierre con continuidad de trabajo, luego sobrevino el cierre definitivo y “quedaron medio como a la buena de Dios; o sea, sin una indemnización. Que recién van a cobrar cuando se termine el juicio”, explica Juliana Frassa.

La solución que encontraron fue la creación de una cooperativa. La Cooperativa de Trabajo Villa Elisa (COTRAVE) funcionó en el predio de OFA por algún tiempo. Sin embargo, la iniciativa sólo pudo contener a 40 de los antiguos trabajadores de la fábrica; número que se redujo a la mitad cuando se trasladaron a un nuevo predio, dentro del Polo Industrial de Berisso.

“Muchos trabajadores de oficio que llevaban años realizando estas tareas: soldadores, bobinadores, trabajadores de la fundición, de repente se encontraron que sus saberes ya no servían más y que no eran demandados en un mercado. Entonces, el otro punto importante es el del quiebre de las trayectorias, de mucho dolor, ‘de las pérdidas’, lo llamaba yo, porque es la pérdida de la estabilidad, es la pérdida del ingreso, es la reconfiguración de muchas familias”, explica la socióloga Frassa.

Para la investigadora la quiebra de OFA impactó fuertemente en el resto de la comunidad: “Cuando cerró la fábrica todo el comercio local se vino abajo, también entró en crisis como la misma empresa. Entonces sí, los ecos de estas crisis y rupturas se manifiestan hasta el día de hoy”.

MEMORIA VIVA

Desde el 2011, la Municipalidad de La Plata es la responsable del predio que supo alojar a la Organización Fabril Argentina. Antes, entre 2007 y 2011, estuvo en manos del poder provincial; y al estar ubicado en el centro neurálgico de Villa Elisa, fue objeto de los más variados proyectos que nunca se concretaron. Pero en septiembre del año pasado se instaló allí una dependencia de la policía motorizada y eso encendió todas las alarmas.

“Lo que siempre llamó la atención es que fue como muy de golpe: no había ningún cartel de obra, simplemente armaron un boquete y utilizaron ese espacio. Eso motivó una movilización colectiva como no se había dado en estos últimos 20 años. Implicó, no sé si el despertar, pero sí la reorganización comunitaria y local en términos de pensar o pedir un uso colectivo, un uso público de esas instalaciones”, comenta Juliana Frassa.

Los vecinos y varias instituciones de la zona nucleados en OFA para la comunidad presentaron un proyecto para que, en los galpones de la antigua fábrica, se construya un centro cultural, recreativo y deportivo, que también incluyera oficinas administrativas; pero ese proyecto nunca fue considerado por el gobierno municipal. Sin embargo, esto no frenó la movilización de los vecinos.

Integrantes de las más de 20 organizaciones que integran OFA para la comunidad comenzaron hace unos años a organizar allí festivales de arte, ferias, homenajes a los ex trabajadores de la empresa, festejos de carnaval, recitales y proyecciones.

“Existen movidas por parte de estas organizaciones que intentan decir ‘acá estamos y este lugar es nuestro y queremos defenderlo’. Entonces, el reclamo fundamental es ‘queremos participar de qué se haga con OFA’ y ahí, la contundencia del lema de las organizaciones que conforman OFA para la comunidad: ‘no queremos OFA para extraños, sino que es nuestra’. Hay un sentido de apropiación de ese espacio que es muy fuerte y que tiene que ver con la memoria colectiva de un lugar que dio trabajo, que dio sentido de pertenencia”, concluye Juliana Frassa.
Hoy, allí donde antes había chimeneas humeantes, trabajadores de overol y máquinas en continuo movimiento, hay un espacio descampado, hay chatarra acumulada y hay paredes derruidas. Pero también hay una comunidad que mantiene la memoria viva de lo que fue, una comunidad que se organiza, que reclama, que proyecta y que tiene el deseo ferviente de volver a habitar el espacio de esa fábrica que marcó sus vidas por más de cinco décadas.

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