viernes 22 de marzo de 2024
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ESCENARIO DE LA CIUDAD

El Costa Azul, el mítico bar que desde hace 60 años cuenta los secretos de los platenses

Fundada en la primavera de 1962 la cafetería Costa Azul atesora un largo recorrido de anécdotas que nutren las leyendas urbanas de la ciudad

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Si hay un sitio legendario entre los bares del centro platense es, sin lugar a dudas, la cafetería Costa Azul. Con varias mudanzas y cambios de nombre incluidos, su historia de más de seis décadas está plagada de anécdotas que, como sus parroquianos, han pasado de boca en boca y de generación en generación.

Punto de encuentro obligado en diferentes momentos del día, ya sea para la pausa de la media mañana, el sanguche apurado del mediodía o el vermut en el crepúsculo, “El Costa”, como popularmente se lo ha conocido a través del tiempo, nació en la primavera de 1962 y, pese a todas las mutaciones, conserva una mística impregnada de historias y leyendas que sirven para describir en buena medida la idiosincrasia de los habitantes de la ciudad.

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Foto grupal de habitués cuando El Costa se dividió en el piso de arriba del local de 8 y 48 luego de 2012

Hoy la cafetería está ubicada 9 entre 48 y 49 y cuenta con dos plantas y grandes ventanales en su fachada, pero en el pasado estuvo en otras tres sedes diferentes.

Para muchos fue durante años el principal "mentidero" de La Plata. Allí grandes señores y farabutes entraban en comunión y se confundían compartiendo charlas en las que se mezclaban sesudos análisis de la realidad local y nacional. Circulaban entre ellos sabrosas anécdotas de difícil comprobación, que iban alargando la estancia de los habitués al calor de bebidas espirituosas.

Dicen que hubo un día en que en El Costa se vendieron mil cafés. El relato se repite con los condimentos de quien la cuenta. Fue el sábado 12 de agosto de 1995, a poco de que el plantel de La Plata Rugby Club se consagrara campeón del certamen todavía organizado por la Unión Argentina de Rugby (al año siguiente se creó la Unión de Rugby de Buenos Aires) con una campaña que incluyó 15 victorias de 17 encuentros disputados. Así los canarios se erigieron en el único equipo de la ciudad de las diagonales que conquistó un título en la máxima categoría. Aquel día, La Plata Rugby venció por 51 a 17 a Olivos y marcó un hito inigualable hasta el presente.

El Costa Azul promovió la fiesta. En ese entonces su local estaba sobre 48 entre 8 y 9 y alojaba infinidad de deportistas del rugby. De hecho, entre sus habitués figuraban varios de los integrantes del equipo campeón. Entre ellos, Guillermo “El Chino” Angaut, capitán de la escuadra canaria del 95 e integrante de Los Pumas, frecuentaba el bar junto con sus hermanos Alberto Patricio y Alejandro, también jugadores del equipo consagrado.

Luego de la histórica vuelta olímpica, los Angaut no se detuvieron siquiera a cambiarse la ropa deportiva y en una carrera imparable siguieron derecho hasta El Costa Azul. Querían festejar con los suyos. Daniel rememora: “Nosotros íbamos hablando por teléfono y nos decían que estaban llegando y los esperábamos con una mesa en el medio de la calle. Así que llegaron todos transpirados para brindar con sus amigos”. 

La última versión del mítico bar platense

Apenas terminado el partido, tras la consagración de La Plata, los Angaut salieron corriendo por el camino Centenario para cumplir una promesa: ir a celebrar a la Catedral. A medida que avanzaban se fue armando una caravana que los acompañó en el trayecto. Luego de subir las escalinatas del templo católico se dirigieron al Costa, donde los esperaban para brindar por el triunfo, según cuenta a Begum Pato Angaut

El Costa se arroga uno de los récords en la venta de cafés: el día en que La Plata Rugby Club salió campeón 

Cuando lentamente comenzaban a caer las luces del día la calle se llenó de bocinazos, banderas y cánticos. Por calle 8 no se podía doblar y sobre la 48 las mesas cubrieron parte de la calle. Estruendos de pirotecnia y centenares de personas agitadas por el campeonato con copas de champagne en alto. No sólo un club, sino todo el rugby de La Plata salió campeón aquel día, se comentaba en aquella celebración. La efusividad propia de un club de fútbol se contagió desde la zona norte platense hasta el centro.

Daniel Vazquez, uno de los dueños del Costa, descorchaba una tras otras decenas de botellas de champán. “Los hermanos Angaut que hasta hoy vienen al Costa hicieron la promesa: si La Plata salía campeón, vendrían desde el club hasta la puerta del Costa y nosotros los esperamos con champagne”, dice Vázquez al evocar aquel día.

“Eramos amigos de los dueños y, sobre todo de los mozos. Para nosotros era un lugar de reunión de tertulia habitual con otra gente del rugby como Pochola Silva, Pipo Mendez o Gonzalo Albarracín, por nombrar algunos. Íbamos generalmente tipo 11 y ahí también nos encontrábamos con gente del mundo del fútbol, los burros y la política”, indica Angaut.

Entre los mozos más recordados del lugar está Hugo Díaz, quien ingresó a trabajar como lavacopas a los 15 años en el primer local y antes de fallecer llegó a ser uno de los dueños.

LA BARRA DEL COSTA

En El Costa, la barra, símbolo de pubs, bares y cafés, siempre ha sido un elemento que domina la escena. Un tablón alargado de madera maciza y barnizada que reluce cuando se encienden las luces cálidas y ejerce en el lugar una funcionalidad clave: allí las personas pueden descansar del trajín cotidiano, tomar una respiro y hablar de lo que sienten y piensan mientras se demoran con una taza de café con medialunas o algún aperitivo.

Allí, dicen, paraba un avezado hombre de la Justicia que exigía un nuevo café quejándose de que el que había tomado estaba quemado. 

En un tiempo lejano se poblaba de monedas con lo que se pagaba la consumición y no faltaba el que terminaba de completar el pago lo que tomaba con la propina dejada sobre las mesas. Es que lo que nunca faltó en El Costa fueron los avivados, los que sabían sacar ventaja de cualquier situación. Siempre se menciona la historia del profesional reputado que en la distracción de los empleados se llevaba el diario para leer en su oficina.

La barra de El Costa era una tradición en sí misma y, de hecho, era algo tan característico del café que en el local de 48 cubría en buena medida el reducido espacio disponible que prácticamente no tenía mesas. “Venís y te sentís cómodo, te hacemos sentir muy cómodo. Siempre hubo barra, no es lo mismo ir a tomar algo a una mesa que llamas al mozo pedís un café y la próxima que lo llamas es para pagar. Acá en el Costa siempre hubo barra, vos eras como el psicólogo del cliente, entendés”, asegura Vázquez.

En El Costa el ambiente deportivo se mezcla con “barras” o grupos de todo tipo de actividades que integran –o integraron en cada época– una suerte de elenco estable del lugar. Entre los parroquianos de hoy y de siempre hay muchísimos nombres reconocidos que solían -o suelen- ir, como afirma su dueño dentro del ámbito político: “Los intendentes actualmente, los últimos, siempre pasan por acá”.

Una figura muy querida y recordada: Hugo Díaz, pasó de trabajar como lavacopas a los 15 años a ser propietario en una de las tantas versiones que tuvo el bar.

Además de los hermanos Angaut solían ir deportistas como “Pochola” Silva, Gómez Cabrera, “Patuti” Cerviño, Cacho Malbernat, el Negro Aguirre Suárez, Sosaya, Negri, Sbarra, Dougal Montagnoli. Hasta, se asegura, ha llegado a visitar el histórico boliche el afamado cardiocirujano René Favaloro invitado por quien fuera cinco veces presidente de Gimnasia, Hector “Cacho” Delmar.

También fanático de Gimnasia, uno que supo calentar la silla de El Costa fue el abogado Abel Blas Román, exintendente durante la parte final de la última dictadura militar, que lo definió como “un lugar al que concurren profesionales, universitarios, escritores, poetas, deportistas, comerciantes y reos meditabundos. Es decir gente de toda laya". 

DIVISIONES Y RELOCALIZACIONES

Dentro de la ciudad hay pocas cafeterías con el recorrido del Costa. En el siglo pasado era usual que no sólo personas mayores a 40 años pasen el tiempo allí, sino que también lo hicieran los jóvenes estudiantes y hasta adolescentes. Hoy tal vez son las cervecerías las que absorben la mayoría del público joven a la hora de elegir una salida sin mayores planificaciones. Pero esta tendencia no siempre fue así. Los lugares de expendio de bebidas alcohólicas con fuerte impronta artesanal surgieron y se popularizaron fuertemente a partir de 1999, año de la “explosión de las microcervecerías”. Pasaron a reemplazar el punto de encuentro que supieron monopolizar las cafeterías. Pero El Costa sigue dando la pelea y abre todos los días, incluso en Navidad y Año Nuevo, según se jactan sus propietarios.

La barra es el principal punto de encuentro donde confluyen periodistas, políticos, deportistas y avivados 

En sus orígenes El Costa estaba sobre 49 entre 7 y 8 y lo fundó un jugador de fútbol: el volante Julio “Tacho” Venini, que surgió en Estudiantes y salió tres veces campeón con la casaca de River Plate que al comprarlo por una cifra extraordinaria se ganó el mote de “millonarios”. Tacho y su hermano apodado “Pelusa” fueron, junto a un grupo de siempre recordados mozos, los que le dieron al lugar la impronta particular que lo ha caracterizado hasta hoy. Ubicado en la galería París, rápidamente contó con la aprobación del público que no tardó en transformarlo en uno de los reductos elegidos para la reunión de amigos.

Hay dos cosas que recuerdan las personas que conocieron a ese primer dueño. Su efusividad y su sentido del humor callejero. Solía pararse en la puerta del local que daba justamente en frente de una farmacia reconocida. “Un día viene una señora a preguntar dónde quedaba la farmacia: ´Allá señora, Farmacia Manes desde 1926 que está en frente´, le respondió el Tacho gesticulando con los brazos y abriendo bien los ojos”, cuenta uno de los que conoció al primer dueño del Costa. En otra ocasión y luego de viajar a Francia, le preguntaron a Venini si pudo visitar el prestigioso Museo del Louvre. “No -dijo- yo no estoy para esas cosas viejas. A La Gioconda la puedo ver en la lata del dulce de batata”, respondía.

Del primer local se pasó a un espacio mucho más reducido ubicado en 48 entre 8 y 9 y luego otra mudanza llevó a la cafetería a un salón ubicado en un segundo piso en la misma dirección. En ese momento los empleados pasaron a ser dueños del negocio junto con un socio externo. Posteriormente surgió una división y la mitad del grupo se mudó a 5 entre 49 y 50 a un local que cerró durante la pandemia de Covid-19. Entre tanto, el resto se trasladó a la actual dirección adoptando el nombre “El Costa”.

Estampa típica de una tarde del final del verano en la vereda de El Costa

Al estar siempre ubicado dentro del microcentro platense, no sólo acudían grupos de deportistas sino también de profesionales. Trabajadores de tribunales, personal de salud, comerciantes y martilleros son algunos de los perfiles que hace años pasan a tomarse un expresso. Un dato importante fue la decisión de mantener los granos de café Caxambú, de origen brasilero, desde los comienzos de El Costa hasta el día de hoy. “Probamos cambiar en algún momento pero los clientes prefieren ese, así que lo mantenemos”, asegura Carlos Gómez, otro de los dueños.

En las primeras épocas el café se servía en una copa de vidrio, algo que también se convirtió en un sello distintivo del lugar, al igual que las mesas en la vereda en donde todo pasaba.

LA RUTINA DE LOS HABITUÉS

Se acerca el mediodía en el café y algunas mesas ya quedaron vacías. Unas diez personas distribuidas en varias mesas se entretienen con la vieja costumbre de leer el diario en papel, y entre el enésimo café y la ronda de medialunas, intercambian comentarios de mesa a mesa.

Adentro del local la tele está a un volumen considerablemente alto del que nadie puede ser ajeno. Allí pasan las últimas noticias y los parroquianos aportan sus visiones sobre el policial del momento o e último anuncio del gobierno. En los rostros de algunos de los habitués puede verse la huella de una soledad que busca cobijo en el bar de siempre. En una de las mesas junto a una de las paredes, con sus tazas vacías hace rato, permanecen sentados cuatro de los considerados “históricos” del lugar que acceden a la requisitoria periodística pero piden que no se mencione sus nombres en esta nota.

Son personas que se jactan de haber vivido todos los cambios desde adentro por estar desde los inicios. También subrayan una lealtad a toda prueba. “El Costa no se cambia por nada”, sostienen al unísono. “Acá siempre vas a encontrar a un amigo”, dice uno de los hombres de piel curtida y ojos en alerta. Enfrente se encuentra quien lleva la voz cantante ya que puede acreditar una veteranía mayor en el café. Es un hombre de bigote tupido que acusa 82 años, lleva puesta una campera de cordero y marrón y un bastón con una linterna incrustada en el mango.

“Con los años que hace que venimos -cuenta-, ya sabemos que en el momento que vengas alguno vas a encontrar. Siempre vas a encontrar algún amigo o el amigo de otro amigo. Lo que pasa es que ahora cambiaron mucho las costumbres; la noche ya no existe más en el café, antes a la noche se juntaban los trasnochadores, los burreros (apostadores del hipódromo) y después a la tarde jugadores de fútbol y de rugby también. Al día siguiente venían cerca del mediodía y te encontrabas quince botellas de whisky, coñac. Así todos los días”. Además recuerda que solían asistir tanto chicos de 15 años como personas de 80, contando con una gran amplitud de público.

El Costa y sus personajes

Dentro del lugar hay ciertos tópicos recurrentes: se habla de deportes, en especial, fútbol, rugby, tenis y carreras de caballos. “Los de rugby se fueron yendo, los de la noche se fueron yendo, en una época nos fuimos nosotros”, coinciden en la mesa. Había algunos que después de dejar los chicos en la escuela venían a desayunar antes de ir al trabajo y cada cual tenía sus afinidades, cuentan. “Yo desayuné acá 25 años”, afirma el hombre más experimentado, agregando que en ocasiones llegaba a asistir al lugar hasta tres veces al día: “Venía antes y después de trabajar, y en ocasiones después de cenar”.

Si bien la política siempre es un tema, últimamente es un tema que ha perdido relevancia y se evitan las discusiones. El mote risueño de los “revolucionarios de café” ya no puede aplicarse. Al respecto comentan que, “políticamente había de todas las representaciones. Todos sabíamos que pensaba el otro y cada uno en su grupo, sin generar inconvenientes”.

En todos los casos consultados, lo que más resaltan los habitués de El Costa es el sentido de pertenencia que otorga un café con una historia de más de 60 años: “Un lugar que podés ir en cualquier momento y saber que siempre hay alguien para charlar. Ya no existen muchos lugares así”.

Con el paso del tiempo algunas tradiciones dejaron de existir. En épocas donde había solo teléfonos fijos en las casas era común que algunos clientes dejaran en el bar mensajes para otros que asistían al lugar en otro horario. Hasta había gente que como si se tratara de una especie de cajero bancario cambiaba cheques por efectivo de la registradora del bar. “La caja servía para meter cheques. Vos no te olvides que no había tarjeta para sacar plata de los cajeros. Le dabas un cheque y te daban el dinero”, explica uno de los clientes. Claro que ese privilegio no lo tenían todos sino sólo los que frecuentaban el lugar.

Al respecto del café como lugar para transmitir mensajes la mesa aclara que “no teníamos teléfono ni celulares, dejábamos una nota”. Para colgar o “pinchar” estos mensajes aclaran que: “Había un lugar para dejar las notas, una pizarra para pinchar. Se escribían cosas como falleció tal, hay un asado en tal lado, cumpleaños de tal se festeja en este lugar. Esas cosas de tela que vos podés pinchar un mensaje. Había teléfonos públicos pero a dónde lo llamo, si no estaba en la casa. En cambio acá sabía que iba a volver”.

El Costa fue, asimismo, un ámbito en el que prendían todo tipo de rumores y noticias, en especial aquellos sensibles al mundo social platense y sus personajes. Sentado en una mesa junto al ventanal un contador jubilado, pero que sigue agarrando algunos trabajos para no perder el oficio, ejemplifica: “Un día vine a desayunar y estaba el cartel que decía ´desde las 6.30 el cumpleaños de él en tal lugar´.  Me fui a Buenos Aires y cuando volví fui directo para allá”. También recuerda algunos acontecimientos como lo sucedido el 11 de septiembre del 2001. Ese día recorrió el mundo la filmación del impacto de cuatro aeronaves comerciales hacia construcciones edilicias en los distritos de Nueva York, Washington y Pennsylvania. Se colisionaron las dos “Torres Gemelas” del World Trade Center y la sede del Departamento de Defensa del mismo país. El contador recuerda: “El día de las torres, yo estaba acá frente al televisor. Serían las 11 de la mañana. Juró que creí que era una película. Si yo también pensé que era una película -agrega su compañero de mesa-. Ahí vi el avión que venía y después otro. Impactó eso. Yo creo que no hay gente que no se haya sentido impactada, fue tremendo verlo. Lamentablemente no era una película”.

El bar abre todos los días, hasta los días de carnaval, Navidad y Año Nuevo, donde hubo algunas escaramuzas con los vecinos 

La conversación gira hacia otros temas y recuerdos un poco más distendidos. Cuando alguno menciona al “ingeniero” todos esbozan una sonrisa. Se trataba de la persona que manejaba las primeras máquinas de café que habían llegado al país y que estaban en El Costa Azul. “El Ingeniero” se hacía llamar, exaltando ser uno de los pocos en saber manejar “la tecnología” para la preparación del café. “Había uno que manejaba la máquina. Uno solo y no la tocaba nadie. Hubo un primer maquinista: Valerio. En realidad nunca se supo si era ingeniero. Las primeras máquinas la manejaban pocos, no era con el botón como las de ahora, tenían unas manijas grandes con las que se llenaba el filtro. Había que saber para usarla”, aclaran y cuentan sobre la procedencia de Valerio: “Venía de otro café, el Capitol con los dueños italianos que estaba en 51 entre 7 y 8 de donde se fue cuando inauguraron El Costa. Era el que mejor hacía el café en esa época”.

Insuperable, convalida el resto.

CLÁSICOS Y NAVIDADES

Como suele ocurrir, las conversaciones entre platenses tarde o temprano la charla se fugan para el lado del fútbol. Como en todo bar donde hay una pantalla y se transmite fútbol se junta gente a ver los partidos y para algunos se volvió una tradición ir a verlo a El Costa.  El recordado clásico platense del Apertura 2006 trae una anécdota familiar vivida dentro del café. La ocupación era completa y asistían hinchas de ambos equipos para verlo por TV en el recinto. Uno de los fanáticos de Gimnasia se había sentado en una de las mesas del fondo junto con su hija y su yerno. “Empezó el partido todo bien. Ese día ganó el rojo y blanco 7 a 0. Al cuarto gol la hija se levantó y se fue. En el quinto gol el yerno también se retiró. En el sexto se levantó otro fanático tripero que era amigo nuestro, y entonces nosotros lo frenamos y le dijimos: ´No, vos no te vas, te lo bancas todo´. Y se tuvo que quedar hasta el final. “Uno más y no jodemos más”, le gritaban los pinchas enfervorizados.

Uno de los cuatro señores se levanta y con un saludo ligero sale por la puerta. Con los tres restantes la conversación se traslada a una anécdota de Navidad en el bar. Eran épocas en que los fuegos artificiales y la pirotecnia estaban en su máximo esplendor. El señor de bastón comenta: “Un amigo nuestro, gran cocinero, estaba muy cargado. Entonces fue al baño en una noche de Navidad. No sé qué habrá hecho en el baño que le explotaron todos los cohetes que tenía encima. Abrió la puerta y salió una bocanada de humo. No sé qué cohetes tenía, pero el baño era chiquito, él no se lastimó, pero salió un humo. Y un estruendo que se escuchó desde la calle, algunos se asustaron. Mediodía era”.

El café, el mayor y más cuidado atractivo del lugar

Los vecinos próximos al bar sufrían la popularidad del lugar debido a las charlas a un alto volumen que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada, lo que hacía difícil conciliar el sueño. Especialmente en los días festivos como Navidad y Año Nuevo o en los carnavales, que se encendía pirotecnia.

Retomando, el contador prosigue: “Las denuncias por los cohetes y todo eso hizo que los vecinos llamaran a la policía". 

-¿Qué es lo que pasa acá? -preguntó uno de los uniformados que bajó del patrullero en una noche, en plena dictadura militar.

En una de las mesas estaba el juez Leopoldo "Polo" Russo, que hizo notar su investidura.

-Doctor, ¿a usted le parece que el bar esté abierto a esta hora de la madrugada? -inquirió el policía. 

-Mándese a mudar -le dijo, como toda respuesta el magistrado.

Y la noche siguió su curso.

LA VIDA ES UNA MONEDA

Carlos Gómez habla hoy sobre los cambios en la economía desde el interior de su negocio. En un período se llegaron a vender más de 700 cafés diarios. Deja su lugar en la banqueta tras el mostrador, con la bandeja de medialunas a su derecha y la caja registradora debajo de la mesa para venir del otro lado. Con sus dos manos, una a la altura del cuello y la otra a la de la cintura, hace un gesto describiendo un bloque imaginario. “Una bolsa arpillera de café por día llegamos a usar”, afirma.

Los tiempos y el nivel adquisitivo de los habitués han cambiado y la mesa concuerda: “Eso cambió porque la economía cambió. Me acuerdo cuando el cortado salía 30 centavos”. Carlos rememora los tiempos en que el lugar desbordaba de gente, con doscientas personas los días normales. La mesa de pioneros remarca que ahora “si hay 50 personas es mucho”. Otro de los cambios reflejado en la carta son los tragos. “El whisky por ejemplo, había gente que se tomaba dos o tres medidas por día. Ahora lo tomás y es otro presupuesto, ahora tenés cincuenta lucas por mes”, recuerda el contador. La noche en el café se terminó hace años cuando se decidió que a las 21 horas se concluía la jornada laboral y se bajaban las persianas hasta el día siguiente. El señor de bigote aclara: “Las copas se terminaron. Yo no sé si tienen whisky acá, mirá lo que te digo. Vermouth se tomaba mucho antes también”.

Pocas historias de las contadas sobre El Costa son tan asombrosas como la del juez federal que intentó apaciguar un altercado generado por una discusión futbolera y sacó un arma y disparó al aire. El asunto, dicen, terminó en un jury por el que desfilaron todos los habitués del bar. 

El Costa Azul, fundado hace más de seis décadas, es uno de los reductos históricos de la ciudad que sigue ofreciendo un lugar de identidad  para muchos platenses que lo frecuentan. “Para mí El Costa era como el living de mi casa”, afirma Gastón Foutel, un agente de prensa corporativa que cuando el bar estaba en 48 vivía en el edificio que estaba sobre el local y pasaba mucho tiempo allí.

“El Costa es un lugar de encuentro, de charla de gente de La Plata de toda la vida, que quedó anclado casi en otro tiempo, con cosas que pasaron de moda pero que tienen mucho que ver con la esencia del mundo platense”, resume Foutel.

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Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.

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