Amanece en la ribera berissense bajo un cielo otoñal, despejado y limpio, y Andrea “Tana” Ruscitti alista unas cajas para un nuevo fin de semana en el Mercado Regional de Berisso. Allí se unen cada mes los productores de la zona para ofrecer sus delicias: la Tana suele ir con mermeladas, licores, conservas y la estrella del legado familiar: el famoso vino de la costa producido en la Quinta de Miguel, la que heredó de su padre, Miguel Ruscitti, uno de los pobladores emblemáticos del paraje que, poco a poco ha ido construyendo su perfil turístico.



En la Isla Paulino se huele a aire fresco, húmedo, y se escuchan los pájaros, que si no fuera por el ruido de las embarcaciones que pasan de tanto en tanto por este brazo legendario del Río de La Plata, se erige como el único sonido que quiebra el manto de silencio y la calma de la biodiversidad que, junto al delta bonaerense, es única en la región. La brisa ribereña se acompasa con el salto de dorados y bogas, con los cantos del zorzal y el benteveo y con las apariciones raudas de carpinchos y garzas. Todo bajo un entorno silvestre, de albores y atardeceres brillantes a cielo abierto, que constituye en su conjunto uno de los humedales más grandes del país y cuyos montes, pantanos y caminos selváticos conducen hacia aventuras laberínticas y recónditas entre las pequeñas casas costeras, las que cada fin de semana, en feriados y tiempos vacacionales reciben a cientos de visitantes maravillados con su flora y fauna, a tan sólo 20 kilómetros de La Plata.
REACTIVACIÓN
En los últimos dos años, signados por el coronavirus, se produjo un fenómeno que sorprendió a los lugareños: empezó a llegar gente con intención de radicarse así como, a medida que se fueron aflojando las restricciones de circulación, creció la cantidad de visitantes. “Con la pandemia vinieron más familias a vivir a la Isla, acá no tuvimos casos de coronavirus. Y los sábados y domingos se empezó a llenar de turistas deseosos de un lugar natural para escapar del encierro. Suelen alquillar carpas o cabañas, vienen a tomar sol en la playa, practican deportes acuáticos, pescan, o simplemente caminan por los senderos, toman mate o se comen un asadito en este pedazo de naturaleza frente al río”, expresa Mandy, cantinero de un puesto de comidas en la entrada a la Isla.
A pocos metros, en su quinta, la Tana Ruscitti agarra dos vasos pequeños y hace probar su vino de la costa a los visitantes. Sobreviene un sacudón de sabor dulce, de la uva chinche o americana que cosecha en su propia huerta orgánica, una de las pocas fundacionales que se conservan en la Paulino y la única que ha sido declarada patrimonio provincial
La Tana explica que últimamente debió renegar no sólo con las hormigas y las plagas que comieron sus plantas -a las que combate exclusivamente con productos orgánicos, sin veneno- sino con la obra del puerto que, si bien modernizó las dársenas, a la vez arrasó la costa con sus máquinas. “Me tuve que poner firme porque me comían el terreno. No estoy en contra de las nuevas obras, pero fue algo torpe e invasivo, sin respetar a los pobladores”, asevera, con tono serio.
Se refiere, en rigor, a las transformaciones territoriales que impactaron en la costa interna a partir de la ampliación del antepuerto por medio de la escollera sudeste sobre la isla, realizada en 2007, y la construcción luego de la terminal de contenedores TECPLATA y sus obras complementarias, finalizada en 2014. Esas iniciativas modificaron la infraestructura y también la geomorfología del área.



En la Paulino la flora y la fauna viven un momento de esplendor desde la primavera hasta el verano, aunque en el otoño aún perdura la reverberación de la naturaleza. “Ojo, el invierno también es encantador. Prender un fueguito en el hogar y contemplar el espejo de agua desde cualquier punto de la Isla es una experiencia hermosa”, dice Juan Peralta, a cargo de un muelle, un restaurante y un camping que suelen albergar a pescadores y visitantes asiduos de la ribera. También enfatiza que la Isla, en los últimos años, se ha poblado de nuevos vecinos que escaparon de las urbes. Si bien la pandemia frenó el movimiento turístico y acrecentó la informalidad, de a poco se fueron liberando actividades como la remodelación de casas, la producción fruti hortícola y la venta de productos por encargo.
En la Isla hoy viven unas cincuenta personas pero no es algo estable: recibe gente todo el tiempo, sobre todo a pescadores nómades que se mudan a sus muelles para sacar sábalos, bogas, lisas y pejerreyes. Dicen que el mayor pique está al final de la escollera, siguiendo un sendero que conduce a un viejo faro abandonado que otrora servía para observar la profundidad y las corrientes
Los pobladores se las arreglan sin electricidad ni gas natural y con serios problemas de agua potable suelen usar paneles solares, recolectan agua de lluvia y tienen hábitos de producción que fueron pasando de generación en generación. “Es como estar en una máquina del tiempo y viajar al siglo XIX”, comenta Daniela Mondelo, guía de turismo de la Isla Paulino y explica que le debe su nombre a Paulino Pagani, uno de sus primeros pobladores. Paulino llegó desde Lombardía en 1887, trabajó en la apertura del canal Santiago -que es el principal acceso al puerto para los buques- y creó un recreo que convocaba a muchos visitantes. Así, la gente empezó a decir: “Vamos de Paulino”. Así nació la Isla, de forma artificial. Mondelo suele decir, en sus recorridas, que se trata de “la playa más linda del Río de La Plata” y en los veranos el municipio habilita un servicio de guardavidas y baños públicos.



“Sobre la cartografía, durante años pudo leerse la denominación Isla Monte Santiago Este. Designaba la porción de tierra al este del canal de acceso al puerto La Plata, limitada al norte por el Río de La Plata y al sur por el Santiago. Pero los habitantes de esa isla que emerge como una tortuga de agua echada a tomar sol se emperraban en hablar de la Paulino. Voz nacida en boca de los primeros visitantes, que decían vamos de Paulino en referencia a un inmigrante italiano que trabajó en la construcción del puerto, se quedó y alzó un recreo adonde los laburantes, por unas pocas guitas, podían ir a sacarse de encima hambre, sed, agobio: don Paulino Pagani. El tiempo limó sílabas”, escribió Juan Bautista Duizeide sobre el origen de la Paulino, en una crónica publicada en Revista Crisis.
LA HUELLA DE CONTI
Isla por adopción, es en verdad y mirada desde la costa, una lengua de tierra semicircular cuyo frente asoma al río y el resto, a una selva cerrada y cenagosa. Hay una larga fila de casas abandonadas, sobre las cuales se rumorean misterios y estelas fantasmagóricas. “Entonces un bosque de caña tacuara -bello como el estallido de un cristal- nos advertirá la cercanía de una casa en la densa Paulino. Cuidado. Algunas pueden estar ocupadas, y sería difícil aventurar por quién o por qué”, narró Salvador Gargiulo autor del libro Islario fantástico argentino. En una de esas vivió temporariamente Haroldo Conti, meses antes de su desaparición en manos de la dictadura militar. “Tristezas del vino de la costa o La parva muerte de la isla Paulino”, publicada en marzo de 1976, fue su última crónica.



Allí escribió: “Ya me hablaron de la creciente, por supuesto. Todos hablan de lo mismo, tarde o temprano. En general, todos viven de recuerdos, de la isla que fue y hablan de los tallarines de Pagani, o del vino de la costa, que ya casi no se cosecha, y de la gran creciente del ´40 como si hablasen del viejo o de la vieja. Viven entre recuerdos”. Igor Galuk, cineasta nacido en Berisso, está por estrenar “Silencio en la ribera”, un documental que rescata aquella crónica de Conti entre imágenes contemporáneas de la Paulino. “La Isla representa un enigma, cargada de nostalgia, donde habita lo arrabalero con el inmigrante, con esas casas de chapa y madera. Y uno se conecta con lo vivido, con lo que te cuentan y también con el presente. Disfruto de caminar en esa tierra que parece movediza, comerme un fruto y sentarme bajo una parra, con el río abrazándome. Cuando se permanece allí un par de días, uno empieza a flotar y no se sabe bien en qué lugar está”.
Recuerdos nebulosos entre un presente que proyecta un crecimiento paulatino. Así lo analiza Andrés Aguiar, coordinador de la Isla Paulino, que en el presente rescata que se abrieron dos puntos de Wi-Fi, se habilitó una recolección de residuos más eficiente, una atención médica permanente y convenios con la Universidad de la Plata, como la instalación de un próximo tanque cisterna. "La Isla no deja de tener su aura espectral, y es un atractivo para los turistas que se mantenga su hábitat natural con el uso de energías renovables. Tenemos una población dispersa, que en las temporadas aumenta al doble. Y conviven gente de generaciones muy amplias, estamos tramitando la apertura de una escuela para los chicos, ya que ha crecido la demanda educativa por las familias que se erradicaron en la pandemia”, apunta Aguiar, casado con su pareja Gastón y papá de Agustín, Kevin y Axel, con quienes vive en la ribera.



Entrar a la Isla, en efecto, es encontrarse con historias, leyendas y perplejidades. Desde una virgen tallada por artesanos de la zona, una imagen entre pagana y sagrada, a los vendedores de lombrices, cañeros y cantineros, las anclas antiguas, los barcos de madera, los espacios de arte y relajación pasando por los caballos que pastorean alrededor de los campings y el memorial con las placas de viejos habitantes, como las familias Cerri y los Palma, los Galli, los Mura. Una experiencia sensorial y a la vez mítica, que arranca desde una lancha yendo a la Isla Santiago en auto, o bien, saliendo del centro de Berisso. Al subirse a la embarcación, en el amarradero antiguo y pintoresco, empieza la aventura con el cuerpo bañado en sol para adentrarse en una dimensión de malezas, bajantes del río, trechos selváticos, bichos, arena lunar y un pasaje hacia un túnel del tiempo con un molinete del ferrocarril, cuando era próspera y hospitalaria: la playa de la capital bonaerense que jamás pudo ser.
BELLA, VERDE Y TURÍSTICA
La Cámara de Turismo de Berisso alienta los paseos a la Isla y organiza visitas guiadas los sábados y domingos: arrancan puntualmente a las 13 desde el Club Náutico. Los fines de semana también es posible tomar una lancha colectiva que tiene cinco frecuencias durante la mañana y la media tarde. En tanto, los días de semana las viajes se reducen a la mitad. El trayecto demanda entre 15 y 20 minutos de navegación. De regreso, el último servicio desde la isla es a las 17:30.



Antes de llegar a la Paulino, los guías recomiendan un breve paseo por su isla hermana: la Isla Santiago. Muelles para pescar, pasadizos de vegetación exuberante y casas de madera y chapa construidas en altura sobre la costa del río hicieron de la Santiago un destino ineludible para el descanso, a sólo siete kilómetros de la orilla del municipio de Ensenada. Ambas forman parte, además, del programa Pueblos Turísticos que coordina la Secretaría de Turismo del gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Con frecuencia se suelen realizar allí travesías en canoas y kayak, canotaje, paseos en veleros o lanchas y práctica de motonáutica, que son servicios que prestan los lugareños a los cada vez más numerosos visitantes
“La Paulino está tranquilla, bella y muy verde. Pero tenemos que tener recaudos por la caza furtiva, la pesca sin límites y los grupos que vienen con sus parlantes a toda loquedad con la música, alterando el ecosistema”, advierte la Tana.
Lejos de morir con el paso del tiempo, conocida por su nombre legendario aunque desconocida en presencia por miles de platenses, la Isla Paulino invita a vivir una experiencia natural a poca distancia del asfalto, una ribera única donde se recrea en cada nuevo habitante que transita la identidad de la región. Aventura irrepetible bajo la vegetación frondosa y los pasadizos ocultos entre agua, pájaros y un misterio que la envuelve eternamente.