sábado 11 de enero de 2025

Gran Hermano: el arte de mirarnos a través del otro

El verdadero Gran Hermano está afuera y el reality revela más sobre los espectadores que sobre los protagonistas. Los roles de Sandra

Hay algo profundamente humano en el acto de observar. Desde siempre, mirar al otro ha sido una forma de mirarnos a nosotros mismos, de preguntarnos quiénes somos y qué lugar ocupamos en el mundo. Tal vez por eso Gran Hermano, más allá de su aparente banalidad, sigue siendo un fenómeno tan poderoso: porque convierte el acto cotidiano de mirar en un ritual colectivo. Nos invita no solo a observar, sino a proyectar en ese espacio nuestras propias preguntas, angustias y deseos.

La casa de Gran Hermano no es solo un espacio físico; es una metáfora. Es el lugar donde lo íntimo se vuelve público y donde las pequeñas decisiones cotidianas se transforman en contenido. Cada participante es mucho más que un concursante: es un arquetipo, una representación de lo que creemos, tememos y deseamos como sociedad, y, como en nuestra sociedad, en “La Casa”, las mujeres también enfrentan un doble desafío: no solo deben jugar para ganar, sino que además deben cumplir con las expectativas culturales de ser o no una “buena mujer”.

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La figura de Sandra evoca una dualidad que divide a la audiencia. Por un lado “la madre”, por otro “la déspota”. En su rol maternal refleja las exigencias desproporcionadas impuestas a las mujeres en nuestra cultura: cuidar, contener, sostener. Pero Sandra incomoda porque no se adhiere a los mandatos sociales clásicos de lo que se espera de una madre. Se la tilda de “sucia” o “mala compañera”, pero ¿qué significa realmente eso? En nuestra cultura, las mujeres, y más aún, las madres, siguen siendo socializadas para ser amables, conciliadoras y dispuestas a priorizar el bienestar de los demás por sobre el propio. Sandra rompe con este esquema: lidera, manda, toma decisiones. Y, como muchas otras mujeres que se posicionan con firmeza, paga el precio de ser etiquetada como autoritaria o conflictiva.

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Sandra Priore

Sandra Priore

Por otro lado, Martina encarna un arquetipo diferentes en la narrativa de la casa. A veces silenciosa, sin un protagonismo marcado, se percibe como una jugadora que maneja información sin una alianza clara, una suerte de mediadora estratégica. En el lenguaje de la casa y de la audiencia, ser una “planta” —es decir, alguien que no toma grandes riesgos— se convierte en otra forma de juzgar. En el caso de Martina, lo interesante es cómo esta percepción interactúa con el valor de su apariencia física: como una mujer atractiva, se enfrenta a un escrutinio que no siempre está basado en sus acciones, sino en lo que se espera de ella por “linda”.

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Martina Pereyra

Martina Pereyra

Dentro de la casa, la intimidad es un bien escaso y, al mismo tiempo, un producto de consumo masivo. Cada enfrentamiento, cada confesión o lágrima frente a la cámara se ofrece como un pedazo de verdad que urge ser interpretado. Pero esa verdad no es más que una construcción, un acto de edición, tanto de quienes producen el programa, de quienes habitan la casa pero también de los que miramos desde afuera. Nos gusta creer que lo que vemos es auténtico, pero la autenticidad también puede ser una actuación. Es en esa tensión, entre lo real y lo performativo, donde Gran Hermano encuentra su fuerza.

Personas y personajes en la casa de Gran Hermano

Sandra y Martina no son solo personas; son personajes. Y como todo personaje, funcionan dentro de una narrativa más amplia, en este caso, la que nos propone el reality y la que construimos nosotros como audiencia. La reconciliación o el conflicto, las alianzas o las traiciones, no son solo estrategias de juego, sino excusas para hablar de algo mucho más grande: cómo entendemos los vínculos humanos. Porque en el fondo, Gran Hermano no es un reflejo fiel de la sociedad, pero sí es un mapa de nuestras obsesiones colectivas.

Tal vez lo más fascinante del programa no sea lo que sucede dentro de la casa, sino las conversaciones que habilitamos afuera. Los espectadores no somos pasivos: proyectamos en cada participante nuestras propias experiencias, inseguridades, deseos y obsesiones. Elegimos bandos, juzgamos, opinamos, discutimos en redes sociales. Necesitamos héroes y villanos, no solo para darle sentido al show, sino para procesar nuestras propias preguntas: ¿Qué significa ser leal? ¿Cómo manejamos el poder? ¿Qué valoramos en una amistad o en cualquier otro vínculo?

Gran Hermano es más que un simple entretenimiento: es un laboratorio cultural. Pero, ¿qué estamos buscando realmente al mirar Gran Hermano? Tal vez lo mismo que buscaban quienes se sentaban frente al teatro griego: una forma de procesar nuestras contradicciones colectivas. La casa no es solo un espacio físico; es un escenario donde se representan nuestras propias luchas. Allí, las pequeñas decisiones cotidianas se vuelven épicas, porque son vistas, analizadas y resignificadas por millones de personas.

En última instancia, el verdadero “Gran Hermano” no está dentro de la casa, sino afuera, en nosotros, en esa mirada colectiva que transforma lo banal en algo significativo. Tal vez por eso, a pesar de los años y las críticas, seguimos mirando. Porque observar al otro, en el fondo, siempre ha sido una forma de intentar comprendernos a nosotros mismos.

Agustina Kupsch es antropóloga social, estratega cultural, consultora y speaker. Es además creadora de @panopticodegenero

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