-Esta soy yo y esta es Norma, mi hermana, que murió en el 2021 ¿Cuántos años tengo? Ochenta y nueve, y en ese momento tenía 14 -cuenta la escribana platense Rosa Mancuso mientras señala a cada una de las niñas que aparecen en una foto del día de la inauguración del anfiteatro, una imagen en blanco y negro que atesora desde hace 75 años. Las hermanitas Mancuso lucen impecables con sus peluquitas y sus trajes de paje, listas para cantar con el Coro Estable de Niños del Argentino.
-¿Y qué se acuerda de ese día?
-Me acuerdo de todo iluminado, de la pérgola, me acuerdo de la gente y me acuerdo de Evita entrando al teatro. En ese momento Norma y yo nos acercamos y le entregamos un ramo de flores -cuenta Rosa mientras toma un café en el bar de su teatro, La Nonna, fundado por su hijo, Leo Ringer.
-¿Y qué sentiste?
-Nosotras nunca fuimos peronistas, ya desde chiquitas, pero claro que era emocionante, Eva era una mujer hermosa, eso no lo puedo negar. Me acuerdo del ingreso, ella que venía y toda la gente alrededor, eso no me lo olvido más, lo estoy viendo.
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Rosa Mancuso, hoy, rememorando recortes de épocas doradas del teatro.
Sesenta años después, en 2010, otra adolescente platense, Agostina Babaglio, iba a quedar profundamente ligada al teatro del bosque. Cuando tenía 17 años fue por primera vez a escuchar al cantautor Jaime Roos. Dice que esa noche en ese lugar marcó un antes y un después en su vida: “Me quedó grabado, me interesaba mucho y no había casi nada escrito sobre el teatro”. Tanto significó que se recibió de arquitecta, hizo una maestría en Patrimonio Arquitectónico y una tesis sobre el anfiteatro. En 2018 ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes para investigar y escribir “Anfiteatro Martín Fierro. Un patrimonio en riesgo”, libro publicado por la editorial de la UNLP y disponible en internet.
Perón y Evita estuvieron presentes en la inauguración del Martín Fierro, con una función de ballet y música clásica.
“Se publicó en 2020, plena pandemia, en ese momento yo pensaba: ‘tenemos un lugar ideal para hacer espectáculos al aire libre y, sin embargo, no podemos aprovecharlo’”. Babaglio sumó a su exhaustiva investigación fotos de todas las épocas, análisis y notas de archivo. En sus páginas postula que “difundir la herencia cultural e intentar a la vez rescatarla es poder mediar entre el patrimonio y la sociedad a la que pertenece, generando consciencia de su valor, de su estado actual y potencialidades, de su fragilidad y perdurabilidad, y del sentido de pertenencia”.
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Agostina Babaglio y su libro.
Desde la antigüedad hay registros de teatros griegos y romanos al aire libre, sin embargo, observa la arquitecta, “el ‘Martín Fierro’ es muy singular, no responde a un estilo clásico, toma elementos de teatros cubiertos pero se construye al descubierto. Es una subespecie teatral, nunca vi nada semejante”.
Hoy el teatro del lago es un espacio mutante, un gigante agónico que lucha, una vez más, por renacer. Un recorrido rápido por sus múltiples vidas podría mencionar estos mojones: el espacio era parte de una estancia de la familia Iraola; se convirtió luego en parque de la flamante ciudad de La Plata; fue un teatrito de madera y, después, un gran edificio al que demolieron en 1940. Fue teatro de verano del Argentino y escenario de grandes figuras y, durante la última década, un patrimonio derruido y en riesgo.
En 2014, cuando la municipalidad ensayaba un intento de “lavarle la cara” fue, también, el trágico escenario de la muerte de un contratista que trabajaba en las tareas de limpieza. Las noticias del 16 de agosto de ese año relatan que Julio César Carballo tiró con fuerza de una rama que crecía en una de las fisuras del techo. Junto con la rama se le vino encima un enorme bloque de mampostería que lo mató.
En julio de este año, a una década de esa tragedia y del cierre del anfiteatro, el municipio y el Instituto Cultural del gobierno bonaerense anunciaron vía decreto (N°1250-24) en el Boletín Oficial, que dejarán de lado las rencillas judiciales que empantanaron su recuperación y que harán un intento conjunto por resucitar al teatro del bosque.
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Plano del teatro. Gentileza: Agostina Babaglio.
A unos metros del acceso al anfiteatro, hoy bloqueado con un improvisado portón de chapas, se erige un monumento a Carlos Gardel. El zorzal criollo está de pie con un cigarrillo entre los dedos y los ojos cerrados. Parece esperar, impaciente, que la música vuelva a ese escenario.
Arquitectos, especialistas en patrimonio e historiadores coinciden en que una de las principales curiosidades de este espacio radica en que su entorno, el bosque, le confiere al mismo tiempo su potencia y su perdición. Por eso, y por la desidia de sucesivas gestiones, alternó temporadas de esplendor y ruina, de aperturas espectaculares y cierres intempestivos, a los que le siguieron largos años de abandono, de olvido.
Prehistoria
Antes de que La Plata existiera, en los “Altos de Lozano”, donde hoy está el Paseo del Bosque, había una estancia que habitaba Martín Iraola y su familia. Se extendía sobre 252 hectáreas y, desde el casco, salían varios senderos que llevaban al “camino real”, hoy avenida 1. Alrededor de esa casona crecía un frondoso bosque artificial de alrededor de 97 mil árboles que, según cuenta la leyenda, se formó con miles de semillas de eucalipto que el mismísimo Domingo Faustino Sarmiento habría traído de Europa.
El 14 de agosto de 1882, tres meses antes de la fundación de La Plata, se firmó la escritura por la expropiación de esa estancia que, devenida espacio público, se llamó “Parque Buenos Aires”. Según el libro de Babaglio, “de esa especie de cordón sanitario que dividía la ciudad de los bañados de la Ensenada fueron extraídos 2.300 eucaliptos, sus troncos fueron utilizados para embanderar las calles y plazas el día de la inauguración de esta capital”.
La flamante Comisión Administradora de los Terrenos Fiscales de La Plata tendría el desafío de convertir el monte de eucaliptos en un paseo urbano. Una investigación del arquitecto Julio Ángel Morosi en 2003, citada por Babaglio, señala que se le asignó la autoría del diseño a Fernando Mauduit, un ingeniero agrónomo francés de la Escuela de Santa Catalina que, como las semillas (y las maestras) fue traído al país por Sarmiento.
El paseo del bosque de La Plata se ve en los planos fundacionales como un trapecio con base en avenida 1, que a la vez se extiende desde la avenida 44 hasta la 60. Los accesos al antiguo casco se mantuvieron y hoy son las avenidas Centenario e Iraola.
“En su recorrido, un tanto pintoresquista, se completaba el diseño de las circulaciones con sinuosas callejuelas, ajustando la composición a modelos clásicos de parques europeos”, describe Babaglio. Y asegura que los espacios verdes del siglo XIX no eran sólo sitios destinados al ocio sino también a la diferenciación de las clases sociales: el bosque platense era “el escenario de diversos paseos realizados por la elite, la clase prestigiosa, que ostentaba sus vestimentas y carruajes al mismo tiempo que asistía a los espectáculos teatrales como óperas y operetas, paseo que los sectores medios y populares de la sociedad frecuentaban en menor medida”.
Para los platenses es difícil imaginar un bosque sin las decenas de construcciones que lo habitan desde hace décadas: las canchas de fútbol de Estudiantes y Gimnasia, los Colegios Nacional y Albert Thomas, el edificio de Fiscalía de Estado de 1 y 60, el Museo de Ciencias Naturales y el anfiteatro Martín Fierro, sólo por nombrar algunas.
Ya en 1883, cuando La Plata tenía apenas un año, el gobierno comenzó a edificar en el bosque: primero construyó el Hipódromo y el Observatorio Astronómico, después, un chalet prefabricado para el gobernador que, años más tarde, fue reemplazado por el Colegio Nacional. Se iniciaron las obras para el Museo de Ciencias Naturales y se construyó un arco de ingreso sobre la rotonda central.
En la enciclopedia Espasa de 1921, una suerte de Google de la época, se lee: “En el Bosque de La Plata se ha edificado un establecimiento recreativo, punto de reunión de todas las clases sociales llamado el Lago, por el que allí se encuentra, y en el cual hay una isla, donde se han instalado un teatro, un restaurante y otras diversiones. La isla está espléndidamente iluminada y el lago se ve surcado de góndolas y lanchas, poblado de aves acuáticas y rodeado de bellos jardines y grutas”. La descripción da ganas de viajar en el tiempo.
El lago, a pico y pala
Una imagen actual del lago del bosque tomada desde arriba permite verlo en toda su extensión: parece una gran gota verde amarillenta que abraza al anfiteatro por uno de sus laterales. Se lo creó a partir del endicamiento de un arroyo que recorría la estancia de los Iraola. Se podría decir que el teatro es “hijo” del lago y que el lago es, a su vez, “hijo” de los internos de un penal psiquiátrico. Vayamos por partes.
Según cuenta Agostina Babaglio, lo que se buscaba a principios del siglo pasado era crear “un punto de encuentro representativo para la imagen recreativa del paseo, mediante un proyecto impulsado por el director de Paseos y Jardines de la ciudad, Nazario Robert, publicado el 17 de febrero de 1903”. Para construirlo “fueron efectuadas las excavaciones a pico y pala por los internos de un cercano penal psiquiátrico -alojado en el actual Colegio Industrial N°6 Albert Thomas- para dar vida a este espejo de agua de unos 5.000 metros cuadrados de extensión”.
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Toma área de la fachada del teatro.
Con la tierra que los internos extrajeron para crear el lago se armó, casi sin querer, una “montañita” donde se hicieron los primeros espectáculos del paseo del bosque al aire libre y donde, años más tarde, construirían, en orden sucesivo, el primer teatrito hecho en madera, el segundo teatro, un enorme edificio que demolieron en 1940 y, finalmente, el anfiteatro Martín Fierro que hoy espera su resurrección.
Ese cúmulo de tierra, “la montañita”, justo al lado del lago, fue un imán para los y las platenses: los domingos solía tocar la Banda de la Policía de la Provincia y agrupaciones locales, también se la utilizó para un embarcadero con góndolas, botes y un catamarán, y se construyó una pérgola bajo la cual se celebraban los carnavales.
La inauguración del lago comenzó el 11 de diciembre de 1904 y, si bien todavía no existía el ritual de quemar muñecos de fin de año, a juzgar por las noticias de la época, la locura pirotécnica platense ya estaba encendida. El diario El Día anunciaba: “Habrá lanzamiento de bombas durante todo el día. Por la noche iluminación con luces de bengala, con reflector, alrededor del lago, bombas de colores, fuegos artificiales (…). En seguida se quemará una batería de 500 tiros y una caja infernal con chispas chinescas, lluvia de fuego, estrellas y bombas de estruendo”. Pin, pam, pum.
Con el correr de los meses y ante el inesperado éxito de “la montañita” se tomó la decisión de convertirla, junto con el lago, en el epicentro del paseo: se construyó entonces La Gruta revestida en cemento, con escaleras para pasear por distintos niveles y cascadas de hasta ocho metros de altura.
Fonda, confitería y teatrito
Una de las callejuelas internas del bosque lleva el nombre de un inmigrante italiano que ocupó un cargo de nombre simpático: presidente del Corso. Era el organizador de los carnavales en ese paseo. Se llamaba Nicolás Cúcolo y fue el primero en ganar el llamado a licitación para la concesión de una fonda y confitería en “la sección del lago”.
En una carta que Cúcolo le envió al funcionario a cargo de la Comisión del Bosque le adjuntó el plano de la fonda, un saloncito de 7,25 metros de largo por 5,65 de ancho. Se comprometía “a dotar ese establecimiento de todas las comodidades para las familias, así como diversiones para los niños (…). Construiré además cinco glorietas (…) como también dos Watercloset para el servicio del público y que hasta ahora ha carecido ese paseo”.
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Viejo edificio alrededor del lago, ya demolido.
Las obras incluyeron la incorporación de un “teatrito”, como todos lo llamaban, aunque su letrero decía “Sala de Espectáculos”. Allí, el municipio instaló un cinematógrafo y, si bien ya se habían mostrado cintas al aire libre donde hoy es la cancha de Gimnasia y Esgrima La Plata, éste fue el primer espacio cerrado para obras al lado del lago, el primer eslabón evolutivo de lo que hoy es el anfiteatro Martín Fierro. De su administración también se ocupaba Don Cúcolo.
La arquitecta Babaglio cuenta que “del llamado teatrito del lago no se ha encontrado aún documentación oficial -licitación, planos, etc.- pero según data en un informe del INCAA, en los periódicos locales y en registros fotográficos, constaba de una estructura de madera con cubierta a dos aguas, un área de butacas rodeada por una galería, palcos, escenario, telón y decorados”.
Para la Navidad de 1905 se programó una fiesta de tres días que el matutino platense El Día anunciaba así: “La sociedad protectora de niños pobres y las damas de beneficencia inauguran esta noche a las 8 la espléndida serie de fiestas que han organizado en el Lago del Paseo del Bosque, y que se llevarán a cabo durante las tres noches consecutivas, con un éxito que promete ser brillantísimo. Enorme será la concurrencia y la mejor prueba de ello es el número de invitaciones distribuidas: pasan de 3.000”.
La misma noticia detalla que el teatrito “ha sido bien concluido y que anoche estaba ya listo para ser habilitado. Será uno de los sitios donde los niños y también los grandes podrán pasar momentos entretenidos y con comodidad, pues aparte del espectáculo interesante y barato se añade la buena acreditación que tendrá y el fresco de cinco ventiladores de paleta. No se necesitará orquesta, pues se tiene para los intervalos el gran piano eléctrico, otra adquisición reciente de la municipalidad”.
La crónica del 27 de diciembre cuenta el éxito de la fiesta ¡De tres días! El mismo diario la describe en un texto que no escatima adjetivaciones: “La gente menuda, en una cantidad aterradora para que se la dejara libre en el gentío, llegaba presurosa, casi silenciosa, pero no para pasear en bote o entretenerse en las hamacas, en las calesitas, sino para conseguir lugar en el pequeño teatrito. El salón, tan agradablemente aireado, se llenó enseguida de niños”.
A falta de selfies, después de la función, se volvió un clásico pasar por el kiosco de fotografía, ubicado también en el bosque, para inmortalizar el recuerdo del paseo.
El teatro que fue radio
Después de cinco años de éxitos en el teatrito del bosque, la Provincia propuso crear un teatro de otro estilo, más sólido y con capacidad para 500 personas. El 24 de enero de 1912, el departamento de Ingenieros de la Provincia de Buenos Aires llamó a licitación para construirlo.
Se edificó entonces una mole cerrada y maciza que, si bien se construyó en el mismo islote donde hoy está el anfiteatro no fue pensado, desde el punto de vista arquitectónico, para que “dialogue” con la naturaleza en la que estaba inmerso. En esta nueva metamorfosis, el teatrito de madera, demolido en 1913, dio paso a un imponente edificio de dos pisos. Hoy no hay rastros ni de uno ni de otro.
Al anfiteatro se ingresa por un pórtico de tres arcos detrás del cual se abre la zona de butacas blancas, unas 2.400 hechas en hierro forjado y madera. Al anfiteatro se ingresa por un pórtico de tres arcos detrás del cual se abre la zona de butacas blancas, unas 2.400 hechas en hierro forjado y madera.
“Debido a la poca documentación que hay disponible sobre el teatro, se puede observar que era un edificio imponente, más bien pesado”, describe Babaglio y agrega que a diferencia de otras construcciones tradicionales de La Plata “presentaba un lenguaje más bien ecléctico, combinando lo clásico con las ornamentaciones típicas de la arquitectura de finales del siglo XIX”.
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El público platense siempre acompañó los espectáculos.
La fachada tenía una escalinata extensa que desembocaba en las puertas de entrada y amplios balcones en el primer piso. A los costados se erigían dos torres. En el interior, las 500 localidades se dividían en butacas, plateas y palcos. Al principio, funcionó como cine y, al año, comenzaron las obras de teatro. Continuó administrado por Cúcolo quien se comprometió a abonar una suma trimestral por el arrendamiento y a cumplir con otras curiosas condiciones, como contratar un marinero práctico para la vigilancia de los ejercicios de remo en el lago y donar todos los días jueves 100 entradas para los niños y niñas en edad escolar: sólo para los que obtuvieran “distinción por su aplicación y conducta”. Debía también ofrecer, una vez al mes, una función gratuita para los niños de los asilos de la ciudad.
La nueva sala se llamó “Teatro del Lago de la ciudad de La Plata” y parecía pensado para durar mucho tiempo; sin embargo, 26 años más tarde, corrió la misma suerte que el teatrito de madera: lo demolieron sin ningún miramiento.
A falta de mantenimiento, ya a mediados de la década de 1930, el edificio daba señales de agonía. Es por esa época que LS11 Radio Provincia de Buenos Aires se traslada desde el Pasaje Dardo Rocha al teatro del lago, con una programación que incluía radioteatros, audiciones deportivas, informativos y programas musicales de tango, folklore y jazz.
La radio transmitió desde la isla del bosque sólo un par de años, hasta 1940, “cuando se hizo insostenible el cuidado de los equipos y el resguardo de los archivos de discoteca debido a la humedad ambiente que sufría el edificio”, explica Babaglio. Por eso y, probablemente, porque aún no se tenía en cuenta el valor patrimonial de ningún edificio, el gobierno decidió tirarlo abajo.
El teatro que no fue
En 1923 surgió la idea de instalar otro teatro en el Paseo del Bosque proyectado por la Universidad Nacional de La Plata e inspirado en “lo clásico y perdurable”. Fue entonces cuando se encargó al ministerio de Obras Públicas de la Nación el proyecto de un teatro griego.
En una publicación de la revista Museo, bajo el título “Presencia de lo griego en La Plata”, el escritor platense Horacio Castillo menciona a este proyecto y lo define como el ejemplo más acabado del amor a Grecia y a la cultura helénica de esa época en el ámbito de la UNLP: “La construcción de un teatro griego fue aprobada por el Consejo Superior y tenía por objeto, no sólo instalar un espacio escénico, sino un centro de investigación y docencia sobre el teatro antiguo”.
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Uno de los costados del teatro, hoy, a la espera de ser refaccionado.
Incluso, de acuerdo con la investigación de Babaglio, “se proyectaban funciones para otoño y primavera y dictar clases de declamación, música, textos clásicos y mitológicos, danzas clásicas, de euritmia y coreografía”. La megaobra iba a construirse cerca de donde hoy funcionan las facultades de Veterinaria y Agronomía y, de acuerdo con el proyecto, constaba de un gran semicírculo de unos 90 metros de diámetro para 4 mil espectadores con las graderías revestidas en mármol, estatuas y símbología griega.
“Para financiar la construcción se requería una inversión cuantiosa (30 mil pesos moneda nacional), y esa fue una de las razones por las cuales no se llevó a cabo”, comenta la arquitecta, sin embargo, considera que ese teatro que nunca se construyó es “un antecedente conceptual fundamental para el posterior anfiteatro Martín Fierro, como espacio teatral al aire libre, recreativo, educativo y cultural ubicado en el bosque de la ciudad”.
El Martín Fierro por fin
Recién en 1945, a tono con la arquitectura monumental de una época se comienza a esbozar la idea de un nuevo teatro al aire libre en el paseo del bosque. Se retomaba el concepto de un teatro imbricado con la naturaleza, como aquella salita de madera o como el teatro griego que nunca se creó.
El proyecto del anfiteatro Martín Fierro estuvo a cargo de la dirección de arquitectura del ministerio de Obras Públicas bonaerense con la idea de crear un espacio de verano para el teatro Argentino. En su libro, Babaglio destaca que a diferencia de su antecesor, el nuevo anfiteatro sí fue pensado “para conformar, junto con la gruta y el lago, un conjunto paisajístico-edilicio de carácter único en la ciudad”.
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Otro documento histórico de la inauguración festiva del teatro.
Al anfiteatro se ingresa por un pórtico de tres arcos de estilo neoclásico detrás del cual se abre la zona de butacas blancas, unas 2.400 hechas en hierro forjado y madera. A izquierda y derecha, como paréntesis, se extienden dos pérgolas que enmarcan al público y enlazan la entrada con el escenario. El teatro aloja, en su parte superior, una cabina cinematográfica, reflectores ‘seguidores’ para los espectáculos y boleterías. El edificio principal contiene al escenario bajo una cúpula oval y tiene la posibilidad de cerrarse en una sala para 200 personas. Hay también un espacio exclusivo para la orquesta, 20 camarines, una cabina de sonido, oficinas, vestuarios, depósitos y hasta una vivienda para el casero.
Al principio se lo llamó “Teatro al Aire Libre” pero luego se decidió nombrarlo “Anfiteatro Martín Fierro”. El diario El Plata explicaba esta elección como un “especial homenaje al hombre de nuestras pampas: al gaucho que fue brazo vigoroso y triunfador en las epopeyas patrias y es símbolo de bravura limpia y de honradez acrisolada”.
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Hace años que carece de mantenimiento: sus plateas al aire libre así lo demuestran.
En sus comienzos, la programación priorizaba conciertos sinfónicos, operetas y ballet a cargo de los cuerpos estables del teatro Argentino aunque con tickets a precios accesibles para la mayoría. De hecho, una noticia publicada por el diario El Argentino en noviembre del ‘49 se anuncia una función “de carácter popularísimo”, motivo por el cual “la dirección del teatro ha resuelto que el precio uniforme de las localidades sea de 1 peso”.
En las décadas de 1970 y 1980, el Coliseo Podestá atravesó un largo periodo de abandono y el Argentino se incendió, por lo tanto, el Martín Fierro asumió un inesperado protagonismo en la escena platense. “Era espectacular hacer la función en noches de verano en ese entorno maravilloso”, recuerda la actriz Mabel Campos, que en 1975 formó parte del elenco del sainete criollo “Tu cuna fue un conventillo”, de Alberto Vacarezza. “Como en la obra había una fiesta, Antonio Blasi tocaba el bandoneón, Jorge Hidalgo cantaba, una pareja de tangueros bailaba, era muy gracioso porque se subían al escenario los gatos que andaban por el bosque y combinaban muy bien con la escenografía del conventillo”.
El anfiteatro se mantuvo activo desde 1949 hasta 2013, 64 años en los que alternó ciclos de esplendor, abandono, reparaciones y disputas legales entre el municipio y el gobierno provincial. Pasaron por ese escenario cientos de espectáculos teatrales y conciertos, obras de títeres y marionetas. Uno de los más publicitados fue el Encuentro Provincial de Música Folklórica de 1986, un género que combinaba con el nombre del espacio bajo la premisa de propiciar la aparición de nuevos talentos en el género.
Entre los 70 y 80, el Coliseo Podestá atravesó un periodo de abandono y el Argentino se incendió, por lo tanto, el Martín Fierro asumió un protagonismo en la escena platense. Entre los 70 y 80, el Coliseo Podestá atravesó un periodo de abandono y el Argentino se incendió, por lo tanto, el Martín Fierro asumió un protagonismo en la escena platense.
A lo largo de su ajetreada historia, el Martín Fierro dependió en forma directa de la Provincia pero con injerencia del municipio que, por ejemplo, mediante una ordenanza estableció un convenio con el gobierno bonaerense para desarrollar espectáculos en forma conjunta. También unieron fuerzas hacia fines del 2000 para actualizar la tecnología, luminarias, reparar butacas, pintar y cambiar cortinados. Así, el teatro ingresó al nuevo siglo con la presentación del tenor Darío Volonté y la soprano platense Paula Almenares.
La actividad continuó hasta 2004 y el escenario del bosque fue sede de espectáculos como el Circo francés de Rosny y la presentación del disco “Mi vida con ellas”, de Fito Páez. El cimbronazo de la tragedia de Cromañón reforzó la necesidad de mantenimiento constante y fue entonces cuando volvieron a cerrarlo.
Durante cinco años, el teatro de la Comedia de la Provincia se mudó al anfiteatro del bosque. Carlos Multini, el entonces jefe de utilería de la Comedia, recuerda, sobre todo, la humedad: “Los técnicos estábamos debajo del arco, las condiciones no eran buenas, había mucha humedad, muchas filtraciones. Cuando llovía se estropeaban los equipos y nosotros nos enfermábamos permanentemente”.
Explica que “por sus condiciones técnicas y de sonido, el anfiteatro fue concebido para espectáculos de ópera o ballet con sonido amplificado, incluso para conciertos, pero no para piezas teatrales. Por eso, en los años que estuvimos, sólo hicimos una función de prosa con público dentro del escenario, con la cortina baja y la gente en la zona de capilla por cuestiones de seguridad”.
Pese a ser un bien patrimonial, la falta de uso y el deterioro derivó en que estuviera casi tanto tiempo abierto como cerrado.
La reapertura de 2009 arrancó con el 1º Festival Internacional de Folklore. El entonces presidente del Instituto Cultural de la Provincia, Juan Carlos D’Amico. se atajaba: “Hicimos lo básico, que fue reparar el escenario, cambiar las 2 mil butacas que estaban totalmente destrozadas y asegurar el piso”.
Junto a figuras del folklore internacional, se presentaron referentes argentinos como Peteco Carabajal, Teresa Parodi, Jaime Torres, Suna Rocha, el Chaqueño Palavecino, Suma Paz, Argentino Luna, Yamila Cafrune y Facundo Cabral. Pero poco duraron los “parches” de la gestión Scioli porque, en 2013, el escenario del bosque lucía tan endeble y ruinoso que fue excluido de la cuarta edición de ese mismo festival. Sobrevino entonces un nuevo cierre, el más prolongado de su historia que dura hasta hoy, pese a que numerosas organizaciones ambientalistas, artistas, vecinos, vecinas y medios de comunicación se hicieron eco del abandono y organizaron festivales y conciertos en la zona de acceso al teatro en reclamo de que se concrete la reapertura.
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El teatro al lado del lago, en el corazón del bosque.
“A lo largo de su historia esto pasó muchas veces, dos por tres se cerraba para repararlo y esto pasaba porque sólo se lo usaba en verano”, enfatiza Agostina Babaglio y pone el acento en que “es imposible sostenerlo en condiciones si solamente se lo usa en verano, porque el mantenimiento viene de la mano del uso constante”.
Está convencida de que la recuperación requiere de un equipo interdisciplinario y que restaurar no es darle un lavado de cara sino mucho más: “Hay que crear un proyecto que permita utilizarlo todo el año, ya sea con presentaciones, talleres, ensayos, confitería y estrategias de uso constante, porque la falta de uso y el deterioro que esto implica derivó en que estuviera casi tanto tiempo abierto como cerrado”.
Si bien no está protegido por ninguna ley, Babaglio insiste con que el Martín Fierro es un bien patrimonial que debe ser protegido por su valor histórico, arquitectónico y porque la comunidad lo reconoce y lo ha defendido. Por eso, entiende que es urgente poner manos a la obra “para que las nuevas generaciones, que nunca pudieron disfrutarlo, tengan el placer que tuvimos nosotros, vivir un espectáculo en un anfiteatro único, rodeado de bosque en medio de la ciudad”.