—Ese rock ya nos parecía anquilosado, no era nuestro, venía de una generación anterior. Los músicos que escuchábamos tenían 10 años más que nosotros, en cambio Sid Vicious, Siouxsie, Peter Murphy de Bauhaus, son de mi año. Era nuestra generación que se estaba revelando contra una música que no nos representaba.
Como la oferta musical del momento no los interpelaba, tomaron la primera lección del ethos punk y la llevaron a la práctica: armaron su propia banda. Tocaron del ´81 al ´84, en plena dictadura, épocas donde el género era visto como algo absurdo, marginal, incomprensible. Tuvieron su revancha en el ´88, cuando se reunieron de manera exclusiva para una única presentación en Cemento. Después dieron paso al mito.
El buen nombre de la banda se vio ensombrecido en 2017, al trascender que Montolivo era buscado por la justicia luego de haber sido declarado culpable del delito de abuso sexual. Permaneció prófugo hasta agosto de 2024, cuando fue capturado por Interpol en el municipio español de Puertollano.
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Aunque todos sus ex compañeros de banda acuerdan que Montolivo fue el principal compositor y motor de Los Baraja, Claudio es el único de la dupla fundadora que no dilapidó su legado. Cuarenta años después de haberla puesto en marcha y bajarse en pleno despegue, hoy parece dispuesto a romper el silencio y recordar los viejos tiempos.
Jeu, el punto de partida
La historia de Los Baraja empezó en Jeu, una disquería especializada en rock, que tenía fama de conseguir material fuera de lo común. Estaba en diagonal 77 entre 5 y 6, a dos cuadras de plaza Italia, y el nombre respondía a las iniciales de Jorge Edmundo Urquidi, su dueño.
En aquellos tiempos, el punk no existía: sólo había un grupo de amigos que se juntaban en una disquería a hablar de música.
Claudio era empleado en la tienda de discos y Montolivo era parte del grupo de coleccionistas que la frecuentaban. Los unía el gusto por Pink Floyd, Yes, Emerson Lake and Palmer, King Crimson y el Genesis de Peter Gabriel, pero también la apertura hacia nuevos sonidos. Las tardes compartidas en Jeu los habían vuelto compinches, los fines de semana viajaban a las galerías porteñas donde compraban vinilos y publicaciones de rock británicas como Melody Maker y New Musical Express.
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Marcelo Montolivo, Claudio Apas y Ricardo Massei.
Lo primero que marcó una diferencia fue The Police. Claudio los define como un grupo pop bastante accesible, que representaba algo nuevo: “Para gente que estaba acostumbrada a esas suites de una cara de un disco de Yes o de Emerson Lake and Palmer, escuchar canciones de tres minutos era como darle una cachetada al sistema”.
El punto de quiebre vino con Sex Pistols. Lanzado en octubre de 1977, su disco Never mind the bollocks fue un antes y un después en la historia del rock. Claudio ya había leído sobre los Pistols en la famosa “Nota de punk”, que el periodista Alejandro Rosso había publicado en la revista Expreso Imaginario en junio del ´78. En la bajada del articulo, Rosso hablaba del punk como algo que daba asco. Si el portavoz de unos de los principales órganos de difusión del rock sinfónico lo aborrecía, él sintió la necesidad de escucharlo.
—Cuando cae el disco de Sex Pistols en nuestras manos, la mitad de la gente que tenía las orejas abiertas nos tiramos de cabeza, la otra mitad se quedó medio shockeada. No era The Police, más allá del contenido que estaba detrás de las canciones, y del movimiento punk y todo eso, musicalmente ya era otra cosa— recuerda Claudio.
El disco de los Pistols tuvo un efecto reactivo en Claudio y Montolivo. Corría la segunda mitad del ´79 cuando decidieron armar una banda punk.
Montolivo ya era músico, y dicen que de los buenos. Tocaba la batería en Ataúd, una banda hecha a imagen y semejanza de Kiss. Claudio, que poseía mayores capacidades performativas que una técnica vocal, asumió el rol de cantante.
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Claudio destroza un disco de Julio Iglesias en pleno show.
Probaron a Alejandro Fernández Lecce en la guitarra, pero la cosa no prosperó. Por la dificultad para encontrar gente que estuviera en su misma frecuencia, el proyecto tuvo idas y vueltas de ánimo que demoraban su puesta en marcha. El asunto de componer y ensayar siguió a los tumbos hasta que dieron con Ricardo Massei.
Ricardo era otro cliente regular de Jeu, le gustaba lo sinfónico, en particular la corriente progresiva de grupos como Rush, Kansas y Frank Zappa. Aunque no tenía raíces punk, le reconoce virtudes al estilo: “Fue una respuesta a tanta locura de notas y de duración que ya no daba para más”.
Movido por la curiosidad de experimentar otros ritmos, aceptó el puesto de baterista que le cedió Montolivo antes de pasarse a la guitarra.
Destrozar a Julio Iglesias
El origen del nombre Los Baraja ha motivado cantidad de especulaciones y debates. Claudio se ríe cuando tiene que explicarlo.
—Es una anécdota muy estúpida. Lo pensábamos, pero no había caso, no salía nada. Entonces Marcelo va a la oficina y un compañero le dice “pónganle Los Baraja”, dijo Los Baraja como podría haber dicho “Los Cucharita” —cuenta mientras juega con la cuchara del café entre sus dedos.
El colega en cuestión -pidió mantener su identidad reservada- confirma parte de ese recuerdo:
—Montolivo y yo éramos compañeros de trabajo en una oficina. Compartíamos mucho, intercambiamos música, libros. En algún momento, no recuerdo a raíz de qué, me dio por inventar el apellido Baraja, como quien dice Montoto, Magoya, qué sé yo. Al tiempo, él estaba preparando una banda punk, y me cuenta que le puso de nombre Los Baraja, o sea, ese nombre como tal fue ocurrencia de Montolivo, no mía. Yo simplemente inventé la palabra.
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Segunda formación con Diego Valiza y Murson Veneno.
La propuesta inicial del guitarrista era que cada uno adoptara el apellido artístico “Baraja”, como hacía Ramones. Montolivo se autoproclamó “Vil Baraja”. A Claudio le pareció ridículo, pero en el punk se estilaba el uso de seudónimos, así que hizo un juego estético con las iniciales de su nombre (Daniel Claudio) y se bautizó como “D.K. Dente”. Ricardo Massei adoptó el mote de “Gay Gayson” y el bajista, de quien nadie parece recordar otro detalle más que “se llamaba Juan”, fue distinguido bajo el alias de “Cristóbal Waikiky”.
Los Baraja dieron su primer show el viernes 16 de octubre de 1981 en el teatro del Club La Protectora, un coqueto espacio perteneciente a la mutual de empleados públicos ubicado en calle 49, entre 8 y 9. El cantante confiesa que mintieron para conseguir esa fecha. Se vistieron de manera lo más convencional posible, se peinaron, y a la hora de hablar con los responsables del lugar dijeron hacer “rock tranquilo, como Sui Generis”.
La noche del debut se presentaron a sala llena, había gente hasta en los pasillos. El público se componía en su mayoría de clientes de Jeu, músicos de otras bandas platenses, y algunos punks de la primera generación llegados exclusivamente desde diversos puntos del Gran Buenos Aires para verlos.
El sonido de la primera formación bebía de las fuentes de Sex Pistols, The Damned y Dead Boys. Según Claudio, las letras eran copiadas de Public Image Limited. Pelos revueltos, remeras agujereadas, llenas de alfileres de gancho y pines artesanales, muñequeras y alguna que otra prenda de cuero, componían la estética Baraja.
La imagen de Claudio destrozando un disco de Julio Iglesias sobre el escenario gráfica el espíritu de la banda: sentían aversión por la música que se consumía en ese momento, había que destruir lo viejo para dar paso a lo nuevo.
Como saboreando cierto orgullo en el recuerdo, Ricardo señala que “fue un antes y un después. Nunca habían visto una cosa así, era muy agresivo, con una proclama muy directa y medio anti-hippie”.
Uno de los que estuvo esa noche entre el público era Diego Valiza, un estudiante del Albert Thomas que fue al recital luego de ver un afiche promocional pegado en un poste del centro. Aquel fue su primer contacto con la música punk y lejos de sentir que había presenciado algo chocante, quedó fascinado.
Gente gris
El verano europeo no da tregua. Diego Valiza intenta aplacarlo con tereré y un ventilador, que se filtra constantemente a través de la videollamada. En Nápoles la tarde está más que avanzada, y a pesar de haber estado las últimas 28 horas viajando, el docente tiene predisposición para hablar.
La pregunta por cómo se hizo punk lo sumerge en un profundo suspiro, al que sigue un instante de silencio.
—No sé si tiene una explicación lineal. En algún punto, más allá de no haber continuado con la estética, me sigo considerando como tal. Tiene que ver con la rebeldía, pero la rebeldía con fundamento, con hacer algo para mejorar la situación, con pensar que hay otras formas y no seguir con el camino tradicional o el que quieren imponer por la fuerza.
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Cuando se enteró que Los Baraja estaban buscando bajista sintió que era su oportunidad. No tenía experiencia, pero consiguió instrumento y prometió “ponerle onda”. Esto coincidió con la salida de Ricardo, que ya no estaba dispuesto a seguir en una banda donde no se le permitía tocar nada por fuera de los patrones rítmicos básicos del punk.
Diego había llegado para reemplazar a “Cristobal Waikiky”, pero terminó sentado en la batería. Por ese entonces tuvieron un bajista llamado “Murson Veneno”, que tuvo un paso fugaz por la banda.
Destrozar un disco de Julio Iglesias fue un gesto iniciático, además de la estética punk en su debut escénico en La Protectora.
Lo renombraron “Basura”. Según lo explica entre risas, aquello no tenía que ver con su calidad humana, sino que respondía a la mentalidad de la época: “Los punks eran vistos como deshechos, representaban aquello que nadie quería ver, lo que molestaba, lo que estorbaba”.
Además del recambio en la base rítmica, también sumaron nuevas influencias. De la mano del grupo Dead Kennedys -particularmente el disco Fresh fruit for rotten vegetables, que Claudio señala como “la Biblia”- la música ganó intensidad, las canciones se hicieron más rápidas, el repertorio más corto.
Ningún bolichero de La Plata moría de ganas de abrirles sus puertas. Diego recuerda salir a buscar fechas con el uniforme de conscripto y volver de la recorrida sin encontrar un solo espacio donde tocar.
—No había onda —sentencia—. La gente en aquellos años era gente gris, no había colores en la vestimenta. Veníamos de muchos años de dictadura, de represión, por eso recurríamos a clubes, porque en bares no nos daban bola. Pero no era solamente a nosotros, por nuestro aspecto, que obviamente era llamativo y generaba reacción, sino que no le daban bola a nadie.
Todo se complicó aún más con la ruptura del tándem “Vil Baraja” - “D.K. Dente”. Un conflicto personal con el guitarrista eyectó a Claudio fuera de Los Baraja. Corrían los últimos meses de 1982 y el proyecto seguía acumulando deserciones.
Poca vida, mucha grito
Marcelo Araneo es de los pocos músicos que pasaron por Los Baraja y hoy siguen tocando en vivo. Cada tanto aparecen afiches en Instagram promocionando sus shows. Arriba del escenario, destaca por su performance gore y provocadora, a lo Alice Cooper. Antes de embarcarse en una carrera solista, le puso voz a Vudú, Cadáveres y Star Losers. Hace radio, tiene su propio documental (¿En qué te convertís cuando no te convertís en una estrella de rock?), y en 2021 lanzó Guía del mal de Buenos Aires, libro donde reconstruye vida y “obra” de sus asesinos seriales favoritos.
Cuando lo llamaron en reemplazo de Claudio, el joven de 17 años, proveniente de Lanús, ya tenía un camino hecho en el mundillo del punk. Había estado al frente de Muerte Civil y era editor de “Vaselina”, publicación que le habían legado Los Violadores. El propio Montolivo lo había descrito en las páginas de su fanzine (“Reacción punk”), como “una especie de Iggy Pop en sus peores épocas”. No hizo falta renombrarlo, por entonces ya era conocido como “Pocavida”.
—Era una banda que muy pocos de aquí habíamos visto, pero de la que se tenían muy buenas referencias. En parte por lo atípico de sus influencias musicales, que no eran las clásicas que se daban en las bandas capitalinas. Tomaban mucho del sonido de The Damned y del glam rock britanico, del cual Marcelo era muy fanatico. Todo eso, más una impronta escénica bastante particular, hacían que se hablará muchísimo de ellos —reseña sobre los platenses.
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Afiche publicitario de un show con Comando Suicida.
Entró a Los Baraja en el verano del ´83. Aunque la banda ya tenía un trayecto previo, muchos opinan que Pocavida les dio una ventaja única frente a las demás bandas de aquel momento:
—Yo no llegué a aportar ninguna letra ni nada por el estilo, lo que aporté fue ese vozarrón totalmente desgarrador, una cosa inusitada para la escena de aquel entonces. Y la impronta escénica, siempre muy al límite.
Después de la guerra
El despacho del estudio inmobiliario es una oficina de estilo minimalista que, fuera del horario de atención al público, funciona como garage para la moto estilo café racer de Alejandro Rico. El interior se distingue por un set de luces cálidas, un tenue olor a aceite y el gorjeo desencantado de Morrissey, que sale por los parlantes de la computadora.
Exhibiendo un vigoroso jopo entrecano, pañuelo roscado al cuello, jeans y botas, se pone verborrágico a la hora de explicar las razones que lo llevaron a tocar en una banda punk, aunque se muestra reticente a la etiqueta:
—Yo funcionaba como músico. Era un tipo que estaba influenciado por una manera de sentir y de pensar. En ningún momento dije “tengo que ser punk” o “esto se me pasó”. Toda mi vida seguí cuestionando y cuestionándome a mi mismo. Conservé la actitud. Para mi ser punk no es como ser hippie, hare krishna o católico, justamente no sos nadie, al contrario, sos alguien que cuestiona y que se cuestiona a sí mismo.
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Nacido y criado en El Mondongo, Alejandro era un estudiante ejemplar del colegio Albert Thomas que escuchaba Queen, Zeppelin y Creedence. Hasta que le tocó hacer la colimba. Un mes después de haber entrado al Batallón de Comunicaciones Electrónicas 601 de City Bell, estalló la guerra de Malvinas. El músico recuerda que tres compañeros suyos escaparon esa misma noche del regimiento, y que al día siguiente dos fueron capturados por la Policía y estaqueados al sol por sus propios superiores.
Los recuerdos que siguen al final del conflicto en las islas no son los mejores:
—A la gente le chupaba un huevo la guerra, a nadie le importó un carajo. En los primeros francos que tuve, salía al Camino Centenario y la gente paraba y te quería llevar a merendar, a comer un sándwich. Después que se perdió la guerra, estaba haciendo dedo en la ruta y me tiraron un tomatazo desde arriba de un camión.
Alejandro opina que Argentina siempre tuvo una lógica de pensamiento binaria, de perdedores y ganadores, de héroes y olvidados. Un día lo tuvieron que bajar del colectivo entre varios cuando quiso fajar a un pasajero que le había espetado: “Ahora que perdieron la guerra vas a tener que pagar el boleto”.
Diego Valiza había sido compañero suyo en el Thomas. Después se reencontraron en la colimba. Ese verano lo inició en el punk, le grabó casetes, y cuando se abrió una vacante en el puesto de bajista, le prestó su instrumento y lo invitó a probarse. Alejandro entró automáticamente y no le pusieron un apodo rimbombante, aunque en algunas publicaciones de época figura como “Alex”.
La segunda formación de Los Baraja tuvo su debut el sábado 16 de abril de 1983. La cita fue en el Teatro de la Piedad, junto a Vimana, banda que Montolivo había conocido ese verano en la costa. Carlos Scicchitano, su guitarrista, lo recuerda de la siguiente manera:
—Fue alucinante llegar a la noche, ir caminando entre la gente, con pelos re parados, de colores, camperas de cueros, sobretodos largos, borceguíes, medio oscuro el lugar, poca luz. Era Londres. Me sorprendió la música de Los Baraja, sobre todo la voz de Pocavida. Cuando terminaron de tocar hubo redada policial, quilombo, corridas. Muchos terminaron en cana.
El fanzinero Luis “Alacrán”, una de las voces más consultadas a la hora de reconstruir la escena punk argentina de los ‘80, estuvo en otro de los shows que dieron por aquel entonces:
—Me voló la cabeza, era un grupo impresionante. Pocavida tenía una voz que no se podía creer, cavernosa, poderosísima, era como escuchar el rugido de un león. El pogo que había era lo segundo más impresionante, era un pogo muy salvaje, con punks saltando y pegando patadas.
Registros de lo efímero
El currículum vitae de Julio Presas es inabarcable. El músico y productor pasó por todos los estudios de renombre que hay en el país. Trabajó con artistas de peso como León Gieco, Fito Páez, Baglietto y Vox Dei. En su entrada de Wikipedia, se lo destaca como uno de los creadores de “Ohperra vida de Beto”, primera ópera de rock argentina, que compuso junto a su banda Materia Gris en 1972.
Pocavida lo señala como responsable de la única grabación de estudio que existe de Los Baraja, dos canciones que se registraron en algún momento de 1983. El técnico se excusa diciendo que no recuerda a muchos de los grupos que grabó a lo largo de su carrera. Sin embargo, tras unos pocos segundos de escucha, identifica el estribillo de “Operación ser humano”.
Los punks eran vistos como deshechos, representaban aquello que nadie quería ver, lo que estorbaba. Los punks eran vistos como deshechos, representaban aquello que nadie quería ver, lo que estorbaba.
Por el año en que se encuentra fechada la grabación, estima que se hizo en un estudio doméstico de su casa de Villa del Parque. Por aquel entonces, grababa a las bandas en vivo, con una portastudio Teac de cuatro canales.
—Me llama la atención cómo suena, digo qué loco, grabado en una portaestudio. En esa época no teníamos muchos elementos. Aparte era una banda re “heavy” para hacerlo sonar —dice Pocavida, luego de volver a escucharlos.
Ese mismo año, gracias a los contactos de Montolivo en el medio, consiguieron llegar a donde ninguna otra banda punk de Argentina había llegado antes: la televisión. Tocaron en El club privado de Moria, y estuvieron en Música total, donde hicieron playback. No quedaron registros de la primera, pero la otra presentación puede encontrarse fácilmente en YouTube.
Se separaron a mediados del ´84. En los años que estuvieron activos no dieron más de quince o veinte shows. Muchas presentaciones fueron suspendidas por intervención policial, quejas vecinales o censura de los propios bolicheros. El público platense recuerda la vez que se iban a presentar junto a Los Violadores, pero una manifestación de “La Liga de las Madres” presionó para que la visita no se concrete.
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Invasión 88, el compilado que retrató la escena punk a finales de los ´80.
Alejandro Rico siente que la banda se terminó “cuando mejor sonaba”, por el desgaste de tocar siempre las mismas canciones y la falta de una oportunidad para grabar un disco de larga duración. Pocavida lo recuerda distinto:
—Cuando me fui de la banda, o un poco me fueron ellos, hicieron un show en Buenos Aires, en una discoteca que se llamaba Fire. Cantaba un muchacho muy amigo de Montolivo y de su esposa, que era del clan de La Plata. Yo estuve en la puerta, pero no me dejaron entrar por expresa disposición de Montolivo.
Los invasores
En 1988, Sergio Fasanelli y Walter Kolm del sello Radio Tripoli incluyeron las canciones grabadas por Presas, más otras en vivo, en el compilado Invasión 88, disco que reúne a una segunda camada de grupos punk argentinos. Fasanelli justifica la decisión alegando que “nos importaba que los escuchen las nuevas bandas, que sepan sobre la historia y canciones de las primeras bandas de la escena”.
Invasión 88 se presentó en Cemento, la noche del 16 de diciembre. Kolm y Fasanelli lograron persuadir a Los Baraja para una última presentación, que se hizo con la formación Pocavida, Montolivo, Diego y Alejandro. La crónica de esa noche está perfectamente documentada en la película Héroes del ´88, de Luis Hitoshi Díaz.
—Cemento explotaba, nunca habíamos tocado en un lugar tan grande, con tanto público. La experiencia del show fue fantástica, estuvo bárbaro, fue una fiesta y fue la última vez que tocamos —cuenta Alejandro.
Diego también lo recuerda con una sonrisa: “Era la emoción del show buscado, para mí fue totalmente nuevo. Tuve problemas con el retorno, pero más allá de ese nerviosismo, fue muy lindo”.
En los años que siguieron, el compilado se agotó y fue sumando distintas reediciones en formato compact disc y vinilo. El interés por las canciones de Los Baraja tampoco perdió vigencia: en 2023 se fueron relanzadas en un disco publicado por los sellos Exabrupto y Esos malditos punks, y aparecieron en otros compilados ya descatalogados como el exótico Early Eighties Punk From Argentina y Argentina te asesina, de 2019.
A modo de balance, Pocavida reconoce que la música le ha dado muchísimas satisfacciones a lo largo de su vida, pero Los Baraja lo hicieron parte de la historia:
—Los Baraja está en esa lista de bandas fundamentales para entender cómo se gestó el punk en Argentina, que no era cosa fácil, pero tenía características encomiables. Esta cosa casi suicida que teníamos, en un país donde gobernaba la muerte, te podía costar muy caro una cosa tan banal. Pero teníamos una energía, una fuerza y un ímpetu que nada le hacía mella, nada.