Debate por la localización
Mientras crecía el debate público se encomendó una serie de informes técnicos a un grupo integrado por los ingenieros Carlos Olivera y Eduardo Aguirre; el químico español Miguel Puiggari, por entonces decano de la Facultad de Matemáticas y Ciencias Físico-Naturales; el ayudante W. Oyuela; y el estudiante avanzado de Ingeniería Rómulo Otamendi. Estos profesionales, como muchos otros que participaron en forma activa y determinante en todo el proceso de nacimiento de La Plata, estaban vinculados al Departamento de Ingenieros. El grupo fue conducido por Pedro Benoit, que dirigía la Sección Arquitectura y, mediante un decreto del 21 de septiembre de 1882, fue designado director ejecutivo de las obras. Pese a que usualmente ha sido considerado ingeniero y arquitecto, no existen constancias de que Benoit haya recibido graduación universitaria. Así lo consigna Jorge Daniel Tartarini en el trabajo “La acción profesional en la fundación de La Plata”, editado en 1982 por el Consejo Profesional de la Ingeniería de la provincia de Buenos Aires. Influenciado por su padre, de ascendencia francesa, por las ideas humanistas y por el iluminismo positivista imperante en Europa, Benoit, se matriculó como “agrimensor público”, habilitación otorgada por el Departamento de Topografía, donde había ingresado como meritorio a los catorce años. Llegó, luego, a dirigir dicho Departamento desde el que, entre otros trabajos, planificó la rectificación del Riachuelo, propenso a generar inundaciones en el sur de la ciudad de Buenos Aires. Para 1881, cuando fue convocado por el gobernador Rocha a coordinar los trabajos destinados a la fundación de La Plata, Benoit contaba ya con una dilatada experiencia, habiendo contribuido a elaborar el primer plano de la ciudad de Buenos Aires, así como el diseño de los trazados para varias nuevas localidades como, por ejemplo, Quilmes, Merlo e Ituzaingó. Lo unía a Rocha una amistad que terminó de consolidarse en esos años, además de su pertenencia a la masonería, un denominador común entre los principales artífices de la nueva ciudad.
Los profesionales asignados a la realización de los estudios técnicos se distribuyeron la tarea y se expidieron el 1° de octubre de 1881 determinando una suerte de empate técnico entre Campana, Zárate y la zona de las “Lomas de la Ensenada”, como las que reunían las condiciones más ventajosas entre las alternativas peritadas. En segundo término, en el dictamen de 71 páginas elevado formalmente al gobierno el 19 del citado mes, ubicó a Quilmes, Los Olivos y San Fernando y agregó: “o los pueblos de la línea férrea del Oeste, desde Moreno a Mercedes, si hubiera de elegirse una ciudad mediterránea”. A propósito, es destacable que ninguno de los informes previos a la fundación analizó una posible afectación o incidencia de los cursos de agua existentes en la región capital.
Ese trabajo incorporó la opinión sobre las cualidades del puerto de Ensenada expresada tiempo atrás, al realizar el trazado del ramal ferroviario hasta la Ensenada de Barragán, por el ingeniero angloamericano William Wheelwright y la recomendación del holandés, Juan Abel Adrián Waldorp, a quien al año siguiente se le encargaría la dirección de la obra de la nueva terminal portuaria para la que el Gobierno de la Provincia contrató a la empresa Lavalle, Médici y Cía; una firma constituida por los ingenieros Francisco Lavalle y Juan Bautista Médici, quienes tuvieron intervención destacada en materia de nivelación, salubridad e hidráulica en los primeros años de vida de la ciudad.
El historiador Antonino Salvadores apunta, en tanto, que, para la visión de las autoridades de la época, “la calidad de los terrenos ofrecía suficiente consistencia para levantar suntuosos edificios, tierras aptas para la agricultura y ganadería, facilidades de provisión de agua potable y posibilidad de extender la ciudad a medida que lo exigiese su crecimiento”.
Así las cosas, los principales puntos tenidos en cuenta para definir el sitio donde iba a asentarse la nueva capital bonaerense se limitaron a escrutar aspectos sobre la distancia que la separaba de la Capital Federal y la potencialidades portuaria, de desarrollo y transporte.
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El plano original de La Plata es un misterio. Nunca pudo ser hallado. En una de las propuestas iniciales realida por el arquitecto Burgos se indica que los desagües deberian disenarse mas adelante, en función del desarrollo urbano.
En opinión de Salvadores, “lo que indujo al Poder Ejecutivo a elegir ese paraje, era la proximidad al puerto, cuya habilitación para recibir buques de gran calado no exigiría grandes erogaciones, de modo que podría competir fácilmente con el de Buenos Aires”. En cuanto a la distancia con la Capital Federal se ponderó una localización que no estuviera ni tan cerca como para ser absorbida, ni tan lejos como para sufrir aislamiento.
El profesor de historia Fernando Enrique Barba interpretó del mismo modo el pensamiento de los impulsores de la iniciativa al sostener que pensaban que, ubicando la nueva capital bonaerense frente al único puerto natural sobre el río de La Plata y estando relativamente cerca del de Buenos Aires, gran parte del volumen comercial porteño terminaría por desviarse hacia la ciudad en ciernes.
El martes 14 de marzo de 1882 el gobernador remitió a la Legislatura provincial el proyecto de capitalización de Ensenada junto con un largo mensaje que aquel día leyó ante los parlamentarios en el que se ordenaba fundar la ciudad sobre “los terrenos altos”. Se refería a la zona de “lomas”, el área más alta próxima al río, que presentaba una serie de elevaciones que limitaban con una región baja y anegadiza que en la época fundacional de La Plata estaba ocupada por la denominada Cañada o Valle de Santiago, que designaba, en realidad, el cauce mayor del arroyo Del Pescado y la isla Del Gato, mencionados por Juan de Garay en actas de su paso por la zona, a fines de 1580.
Un mes más tarde, el jueves 20 de abril, el senador José Hernández defendió las razones jurídicas y prácticas en las que se fundaba el proyecto oficial y sintetizó los motivos que habían llevado al Gobierno y sus aliados a elegir el sitio de emplazamiento. Dijo que se había descartado la posibilidad de una capital mediterránea por “su lejanía con los centros vitales de la provincia”. Explicó que también se había desechado la alternativa de una ciudad litoral al norte de la ciudad de Buenos Aires “por las limitaciones advertidas para el tráfico de ultramar y las exiguas posibilidades de expansión urbana” en esa zona. Finalmente, sostuvo que en la opción escogida de una capital sobre el litoral al sur de Buenos Aires se había concluido que “desde la desembocadura del río de Barracas hasta Bahía Blanca, no hay un punto mejor que la Ensenada”, concluyó.
El principal opositor al proyecto durante la sesión fue el senador Juan M. Ortíz de Rozas quien, ademas de quejarse del apuro del gobierno que impedia un mejor estudio de la iniciativa, consideró que la ubicación elegida para la nueva capital era excesivamente cercana a la de su antecesora, lo que lo llevaba a dudar sobre las presuntas ventajas apuntadas desde el oficialismo.
Una semana más tarde, en una sesión extraordinaria de la Cámara de Diputados, el gobierno y sus aliados legislativos consiguieron en tratamiento sobre tablas convertir en ley el proyecto, que había sido tratado en el Senado tres días antes.
En el debate realizado en ambas cámaras, al que asistieron varios ministros de la provincia que también participaron de la discusión, los puntos centrales no fueron otros que el puerto y la distancia con Buenos Aires, algo que terminó por incidir, en forma determinante, en la localización de La Plata. Es notable, al observar los primeros planos de la ciudad, cómo fue dispuesta la cuadrícula de modo que el acceso al puerto quedase ubicado como una suerte de prolongación del eje fundacional. Minimizando todo lo posible la distancia entre la terminal fluvial y la urbe.
El proyecto original de creación de la nueva capital bonaerense no daba nombre a la ciudad. Este surgió de un retoque introducido en la Comisión de Negocios Constitucionales de la Cámara Alta provincial, atribuido al senador Hernández, miembro de dicha comisión. Fue el autor del Martín Fierro quien también defendió en el recinto aquel apelativo por “razones geográficas e históricas”. Así se incorporó el nombre de La Plata para la nueva urbe. Algunos legisladores propusieron, sin suerte, los nombres de Bernardino Rivadavia o Mariano Moreno.
El asunto hidraúlico
La norma, rápidamente promulgada por el gobierno el 1° de mayo de 1882, ordenaba “fundar inmediatamente una ciudad que se denominará La Plata frente al puerto de la Ensenada sobre los terrenos altos”. Se fijaban, asimismo, los límites de la nueva urbe y se declaraba sujetos a expropiación todos los lotes afectados para lo cual se echaría mano a fondos provenientes de una ley aprobada el año anterior.
Sin dilaciones, los legisladores convirtieron en ley, en junio, el proyecto para construir el puerto en la Ensenada de Barragán y una autorización para invertir la suma 17 millones de “pesos fuertes” en la creación de la nueva capital. Asimismo, mediante otro decreto rubricado por Rocha el 26 de junio, se encomendó a la firma de los ingenieros Médici y Lavalle el diseño del sistema de provisión de agua y obras de salubridad para la nueva capital. Como se dijo, ambos profesionales tenían amplia incumbencia en el asunto ya que, un año antes, habían llevado adelante del plan de nivelación general de la provincia. También fueron asignados el 6 de septiembre de 1883 al diseño de una “red general de canales” en territorio provincial con el objeto de “formular los proyectos definitivos para las obras que han de servir para desaguar las extensas zonas sujetas a inundaciones” y así, “evitar los grandes perjuicios que hoy sufre la campaña”, se lee en el documento que lleva la firma del gobernador.
Así, cuando se cumplió el primer año de su gobierno, Rocha había logrado consumar una parte crucial de su plan al conseguir promulgar la ley que le daba a su proyecto existencia jurídico legal y ordenaba fundar la nueva capital provincial.
En su trabajo Fundación de la Ciudad de La Plata (Documentos éditos e inéditos) publicado por el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires en 1932, Salvadores sostiene que, pese al despliegue de decretos y medidas preliminares, “la ciudad ya estaba ordenada en sus detalles fundamentales y hasta elegido el lugar de emplazamiento”. “El doctor Rocha ya tenía señalada la posición de la ciudad no podía ser otra que sobre el Río de La Plata, y el lugar de emplazamiento, que no podía ser otro que sobre el puerto de Ensenada, considerado el mejor puerto de la República”, asevera el autor, para quien, el trámite requerido a la comisión solo buscaba la confirmación técnica y el consecuente aval legislativo que demostrara “que ninguna de las ciudades existentes reunía las condiciones exigidas para transformarlas en una ciudad moderna”. Salvadores advierte que Rocha desplegó una estrategia mediante la cual mantuvo en reserva los verdaderos objetivos de su plan.
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Pañuelos distribuidos el 19 de noviembre que anuncian la "inuaguración" de la ciudad.
En tal sentido, casi todos los estudiosos de las alternativas de gestación de La Plata han resaltado el siguiente dato: si bien las comisiones creadas para las distintas tareas actuaron en simultáneo, no lo hicieron en forma coordinada, como hubiera sido de esperar. Surge de la cronología de la fundación elaborada por Alberto Salustiano José De Paula en su obra La ciudad de La Plata. Sus tierras y su arquitectura, impresa por el Banco Provincia de Buenos Aires en 1987, que, para cuando se efectuó la promulgación de la ley que dispuso la fundación de la nueva capital, en mayo de 1882, ya se encontraba prácticamente terminada la propuesta del diseño urbano que tendría la nueva urbe, cuyos primeros esquemas habían sido presentados por el Departamento de Ingenieros a fines del año anterior. Lo que, a primera vista, supondría un grado de desprolijidad o desacople no menor, parece responder, precisamente, a la tesis esgrimida por Salvadores, también sostenida por otros historiadores de los orígenes platenses como Barba y Andrés Allende.
Fue el propio ministro de Gobierno de la época, Carlos Alfredo D’Amico, quien reveló, al rememorar aquel período prefundacional, que mucho antes de asumir como gobernador, Rocha le había hecho conocer su proyecto y encomendado la preparación de una serie de proyectos de ley y decretos para instrumentarlo. Pese a negar que el gobierno tuviera predilección por alguna localización en particular, D’Amico dejó en claro que su intención siempre fue crear una nueva ciudad y no transformar en capital provincial a una preexistente.
El lugar escogido para erigir la capital bonaerense estaba localizado a unos 60 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires. Constituía una porción de llanura con suaves ondulaciones, conocidas entonces como las “lomas de la Ensenada”, que desembocaban en una suerte de terraplén natural formado por bancos de conchilla y extendido en paralelo a la costa del Río de La Plata entre Magdalena y Buenos Aires. “Los elementos fundantes de este paisaje eran, pues, la pampa, ligeramente ondulada y cruzada por algunos arroyos, el espejo parduzco del Río de La Plata, que daría nombre a la ciudad, y la franja llana y baja que servía de transición entre ambos”, se señala en el texto La Plata Ciudad Nueva Ciudad Antigua.
Frente al río, habia una caleta, descubierta por tripulantes de la nave Trinidad perteneciente a la flota de Fernando de Magallanes en 1520, durante las primeras travesías españolas por la región. Fue a partir de 1580, tras la segunda fundación de Buenos Aires, que Juan de Garay comenzó a adjudicar tierras en la zona que tomó su nombre de uno de sus primeros pobladores, Antonio Gutiérrez de Barragán, radicado frente al río desde 1620 en un paraje que, con el tiempo, se hizo conocido como la Ensenada de Barragán.
El ejido donde se asentó el primer núcleo poblacional en esa zona fue trazado por el piloto Pedro Cerviño y se constituyó alrededor del fuerte construido por los españoles para defensa de las incursiones extranjeras y control del creciente contrabando. El casco urbano estaba sobre tierras aluvionales que impedían la construcción de grandes edificaciones. La característica dominante de las casas de aquella primera época remite a estructuras de madera con cobertura de chapa. Esa porción costera, entre Magdalena y Quilmes, de escasa pendiente e importantes sectores deprimidos vinculados a la llanura alta -donde iba a erigirse la nueva ciudad- a través de un “escalón” o “antiguo paleoacantilado” que, con el tiempo se ha disimulado por la erosión natural y la actividad antrópica, tal como se lo describe en el estudio Análisis ambiental del partido de La Plata. Aportes al Ordenamiento Territorial, realizado por varios autores miembros del Instituto de Geomorfología y Suelos de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo Universidad Nacional de La Plata.
Se trata de una zona de relieve llano cuyo límite interior está marcado por el escalón que da cuenta de la antigua línea de costa. Los cursos que drenan a esa “llanura interior, al llegar a ella no pueden labrar su cauce y dispersan sus aguas en grandes depresiones o bañados”, indican los expertos, al tiempo que destacan que la extensión de terreno analizada se encuentra entre dos corrientes fluviales principales: las vertientes del Río de La Plata, hacia el norte y la del río Samborombón, hacia el sur, las cuales tienen características marcadamente diferenciadas en cuanto a su relieve.
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Una constante. Las inundaciones alrededor del cauce del Arroyo El Gato y la improvisación de operativos de rescate de los vecinos afectados.
En tal sentido, se señala que en el espacio elegido para situar el casco urbano de La Plata, en medio de ambas vertientes, se observa una suerte de transición de la geomorfología característica de la “pampa ondulada” a otra correspondiente a la “pampa deprimida”. Surcado por pendientes suaves hacia el perímetro y hacia una depresión interna, que nace en el cruce de las calles 18 y 58 se extiende en dirección al norte como parte constitutiva de la cuenca del arroyo del Gato. La altura de los terrenos es variable entre un máximo de 23 metros y un mínimo de 6 metros sobre el nivel de agua máximo ordinario en el puerto, distante 12 kilómetros.
Dentro del esquema fijado por el plano de la ciudad y el sitio de enclave se observa la existencia de tres arroyos: Pérez, Regimiento y Jardín Zoológico que, junto con sus respectivos tributarios tienen influencia en la morfología hídrica de la ciudad. Todos esos cursos de agua terminan derramando en Del Gato, principal cuenca de la región que, ubicada en la zona norte del casco urbano, recorre unos 25 kilómetros hasta desaguar en el río Santiago abarcando un área de influencia de más de 12 000 hectáreas. El trabajo de marras señala, además, los cursos de los arroyos Carnaval, Martín, Rodríguez, Don Carlos, Circunvalación, Maldonado, Garibaldi, El Pescado y, aunque con menor incidencia en el distrito, otros afluentes como Monasterio, Del Sauce, Difuntos, Cajaravilla Pereyra y San Juan. En el citado estudio se describen en detalle los distintos cursos de agua que surcan el partido, su magnitud y sus pendientes, algo que, curiosamente, no aparece siquiera mencionado en ninguno de los papeles y documentos de la época fundacional. El arroyo Regimiento cruza en diagonal todo el ejido urbano para desembocar en el Pérez y éste, a su vez, derrama en Del Gato.
Expropiaciones y mensuras
El siguiente paso dado por Rocha luego de conseguir el aval legislativo fue ordenar el traslado al campo del dibujo trazado en papel. Las tareas de demarcación, amojonamiento y nivelación se iniciaron a fines de julio de 1882 bajo la dirección del agrimensor alemán Carlos Guillermo Glade. Intervinieron en ese cometido los profesionales German Kuhr, Julio de la Serna, Adriano Díaz, Joaquín Maqueda, Miguel Pérez, Vicente Isnardi, Juan Rivera, Alejandro Dillon, y Juan Cagnoni, además de los ayudantes José Cagnoni, José María de las Carreras, y los empleados Saturnino Salas, Santiago Haddock, N. Asuncio y N. Otaño, a los que se suma el escribiente Plácido Almaestre. En la memoria escrita por Glade sobre aquellos trabajos quedó constancia que la localización del ejido urbano fue realizada siguiendo expresas directivas del Gobierno. El profesional señaló, también, que el presupuesto asignado para las tareas, que sufrieron constantes replanteos, resultó insuficiente y las mismas debieron terminarse con fondos del funcionamiento ordinario de la oficina.
Paralelamente se iniciaron los trámites para la expropiación de las tierras afectadas al emprendimiento que, según los registros de la Contaduría, solo en el primer año implicó una inversión de cerca de 30 millones de moneda corriente y un total de 9589 cuadras insertas dentro del casco urbano. De acuerdo con las constancias de la época, la principal familia terrateniente era la de los Iraola que en 1857 había adquirido una estancia ubicada en el paraje conocido como los “Altos del Lozano”, cuya superficie se correspondía aproximadamente con la que hoy ocupa el actual Paseo del Bosque de La Plata. Los Iraola que venían desarrollando allí tareas de pastoreo, habían forestado buena parte del predio introduciendo casi 100 mil árboles y, en 1871, fundado la localidad de Tolosa.
La demarcación resultó una empresa ardua y no exenta de contratiempos, entre otras cosas por la existencia de predios arrendados ocupados por sembradíos, en su mayor parte de maíz, que fue preciso quitar; la superposición del espacio forestado; y, en especial, la falta de coincidencia entre la traza de la nueva ciudad y el sector de poblamiento antiguo en la zona de Tolosa, tal como apunta De Paula.
Varios textos que recorren la historia de la gestación de la capital bonaerense dan cuenta de los reiterados replanteos y rectificaciones a que los encargados del trazado se vieron forzados y cómo estos provocaron el aplazamiento, al menos en dos oportunidades, de la fecha prevista para la celebración del acto fundacional. Pese a la premura impuesta a las actividades, el plazo fijado originalmente para “inaugurar” la ciudad el 6 de agosto, no llegó a cumplirse y la ceremonia se reprogramó para el 23 de octubre.
En ese contexto, un decreto del 22 de septiembre de 1882 expresó la conveniencia de “fijar con precaución la longitud y latitud en que se encuentra situada la ciudad de La Plata” y asignó a Pedro Pico y a Benoit para el cumplimiento de esa misión.
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Los canales construidos durante el nacimiento de la ciudad.
Según cuenta el profesor José María Rey, uno de los principales y más citados estudiosos de los orígenes de La Plata, el gobernador había reservado esa fecha con la intención de hacerla coincidir con el cumpleaños de su esposa, Paula Arana, y ofrecerle los fastos inaugurales como un presente amoroso e imborrable. Sin embargo, se sumó un nuevo imprevisto. En su libro Tiempos de Fama. La Plata, Rey, lo relata de este modo:
“Quiso el gobernador que el agrimensor Glade -alma y crédito de la demarcación- le indicara en el que iba a quedar la plaza principal, el sitio mismo que prestaría abrigo, por los siglos, a la piedra fundamental:
-Allí, señor Gobernador -dicen que contestó el topógrafo dirigiendo su brazo extendido hacia un punto cercano.
En ese instante, como si de la mano del informante hubiese partido un proyectil, una nube de gallaretas levantó su vuelo rasante en el punto indicado por Glade.
Había allí un cañadón, lleno de agua por las recientes lluvias. Concordaba su situación aproximadamente con el lugar que ahora podría determinarse por la intersección de las calles 42 o 43 y 11. ¡Eso era tremendo! Los adversarios clamaban que la Nueva Capital se iba a fundar en un bañado!”.
El libro de Rey cuenta que “fue necesario rehacer los trabajos por orden imperiosa de Rocha, trasladar la demarcación de la ciudad más hacia el Sudeste, con lo que el pueblo de Tolosa, que hubo de ser primero el centro de la Nueva Capital y luego parte de ella, quedó definitivamente excluido de la legua cuadrada destinada al replanteo de la planta urbana”. Entonces el gobernador reprogramó la fecha para el 19 de noviembre que, en este caso, coincidiría con el cumpleaños de su pequeño hijo Dardo Melchor Ponciano que, ironías del destino infausto, falleció pocos meses después de aquel gran acontecimiento aquejado de difteria.
En su libro La ciudad de La Plata sus tierras y su arquitectura, De Paula refiere a dicho movimiento aunque pone en duda las coordenadas del mismo al recordar que la base de la demarcación, en la dirección noroeste-sudeste, fue el preexistente Camino Real a Magdalena, que se convirtió en la Avenida 1, “por lo cual -sostiene el autor- no parece probable que se haya modificado el eje geométrico correspondiente a esa dirección, hoy Avenida 13: por otra parte, es esta la arteria urbana que cruza al recordado arroyo entre 42 y 43, con una altitud de sólo 15,50 metros. El desplazamiento, si, como pareciera, lo hubo, se habría registrado con sentido hacia el sudeste pero siempre con la avenida 13 como eje”.
La impronta de la masonería en La Plata
La proliferación de versiones divergentes entre investigadores abocados al proceso de gestación de La Plata ha sido una constante a lo largo de los años y puede rastrearse en la ostensible dificultad para acceder a ciertos documentos, uno de ellos, nada menos que el plano original de la ciudad; lo que, entre otras cosas, ha provocado discrepancias en torno a la verdadera autoría del diseño. Algo parecido ocurre alrededor de las historias tejidas sobre los presuntos significados masónicos del trazado desarrollado casi por completo por funcionarios y miembros que pertenecían a distintas logias de esa organización.
La presencia masónica en el Río de La Plata se remonta a la época de las luchas por la independencia del continente. Rocha, introducido en 1858 en la Logia Constancia N° 7 por su padre Juan José Rocha -autor del primer calendario masónico editado en el país-, dejó el trazado de la ciudad en manos del Departamento de Ingenieros, compuesto por 36 profesionales, de los cuales, según constató el especialista Eduardo Sebastianelli, 29 eran masones.
Sebastianelli aseguró, asimismo, que los diez miembros designados para la comisión que estudió el emplazamiento de la ciudad también integraban logias. La documentación acopiada por adeptos masones sostiene que la capital de la provincia de Buenos Aires fue diseñada siguiendo los principios de una denominada “arquitectura sagrada” que incorpora detalles de la simbología masónica que representan valores defendidos por la orden.
Uno de los que se dedicaron a discurrir sobre estos asuntos fue el escritor platense Gualberto Reynal -cuyo verdadero nombre era Cloraldo Vallone-, quien en el inquietante capítulo 11 de su libro Historia oculta de la ciudad de La Plata interpretó los supuestos mensajes insertos en el mapa platense asociando el destino de la ciudad con la incidencia del fuego y el agua como fuerzas de la naturaleza capaces de provocar efectos devastadores de “muerte y destrucción”. Otras lecturas menos esotéricas se limitan a vincularla localización de las viviendas de los principales masones con el aprovechamiento de ciertas ventajas de tipo inmobiliario.
El profesor Rey, que además de maestro de dibujo se desempeñó durante años en la Dirección de Geodesia del Ministerio de Obras Públicas de la provincia y cuyos estudios sobre La Plata son citados en numerosos artículos, monografías y ponencias sobre la ciudad, admitió no haber hallado en sus indagaciones “información completa relacionada con las operaciones topográficas y geodésicas llevadas a cabo sobre el terreno en los prolegómenos de la fundación”. Esto impide conocer con mayor detalle las alternativas de las operaciones que determinaron la ubicación de la ciudad implantada, aunque queda claro que el propósito central de sus creadores era jerarquizar la vinculación del ejido urbano con los principales medios de transporte de la época: el ferrocarril y los barcos.
Quienes pergeñaron La Plata consideraban que los principales medios de comunicación de la época debían ser un elemento central y distintivo de la nueva capital. Por ello proyectaron una estación de trenes que ingresara hasta el mismísimo corazón de la ciudad: frente a la plaza en la que también estarían la Gobernación y la Legislatura; asimismo, idearon un acceso fluvial mediante un canal que, originado en el puerto, terminaba en un muelle que permitía el desembarco de pasajeros en el Paseo del Bosque, a un paso del centro de la ciudad. El propio Rocha llegó a utilizar en más de una oportunidad esa vía, proveniente de Buenos Aires. Resulta muy significativo el hecho de que ambos accesos fueran eliminados en los primeros años del siglo XX como consecuencia de lo contraproducente que resultaba su uso en función del movimiento de la ciudad, su crecimiento demográfico y la ocupación del espacio.
Una anécdota, rescatada por Rey, ocurrió los días previos a la gran ceremonia fundacional. Eran -cuenta el autor- cerca de las once de la mañana del lunes 13 de noviembre de 1882. Después de tres horas de viaje el gobernador Rocha se apeó del tren en la estación La Plata, por entonces establecida en el caserío de Tolosa, donde el gobierno proveía alojamiento a obreros que trabajaban en las primeras tareas de amojonamiento de la que sería la nueva capital de la provincia de Buenos Aires. Hacía apenas una semana que la compañía del Ferrocarril Boca y Ensenada había terminado el tendido del servicio, que partía de la Central del Paseo de Julio, hasta el lugar donde se erigiría la nueva metrópoli. Junto a Rocha viajaba una numerosa y calificada comitiva encabezada nada menos que por el presidente de la Nación, Julio Argentino Roca. El gobernador quería mostrarle al Jefe de Estado los avances de su obra maestra que sería formalmente fundada el domingo siguiente. Sin embargo, aquel día, una copiosa lluvia obligó a los visitantes a refugiarse durante algunas horas bajo las galerías de las pocas casas construidas o en los improvisados obradores montados cerca de las vías. Las calles de tierra se anegaron y se volvieron intransitables por lo que los visitantes tuvieron que regresar sin haber podido concretar el recorrido previsto. Toda una señal, a días de la fundación a la que, finalmente, Roca, ya enfrentado con Rocha no asistió. Quedo en la historia su frase para definir a La Plata como "la ciudad de las ranas".
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12 de marzo de 1930. Una de las mayores inundaciones antes de la de 2013. Zona del Regimiento 7, donde hoy funciona la Plaza Islas Malvinas.
El apuro que demandaban los tiempos políticos imprimió a todo el proceso de gestación de La Plata un ritmo de premura que dio lugar a ciertos desacoples impensados de otro modo. En poco más de un año, la idea celosamente reservada en unos pocos despachos oficiales estaba demarcada en el terreno. El análisis de documentos que dan cuenta de aquel prodigio y la manera en que fue concretado contenido en discursos, medidas oficiales, debates legislativos y crónicas de la prensa deja ver con claridad que la posibilidad de riesgo de inundaciones a consecuencia de la topografía y las lluvias no fue contemplada.
A tal punto que en la detallada memoria presentada por el arquitecto Juan Martín Burgos, cuyo diseño, elevado al Ministerio de Gobierno el 28 de abril de 1882, fue usado como una de las bases para definir el trazado de la ciudad, se relativiza la necesidad de definir en esa instancia la provisión de aguas corrientes, los desagües y un plan de pavimentación. De ello, sostiene Burgos, “no debemos ocuparnos aquí porque son asuntos de aplicación práctica y es necesario estudiar las condiciones particulares de cada local, para poder formarse un juicio exacto”.
Cerca del mediodía del domingo 19 de noviembre de 1882, estaba todo preparado. El terreno se había amojonado con dos mil astas de eucaliptos coronadas con banderas argentinas e, instalado en el centro geográfico del cuadrilátero que serviría de base fundacional a la nueva capital.
Varios autores que han hurgado en las primigenias páginas de la historia ciudadana mencionan que los fastos de la fundación, a los que habían concurrido miles de personas, no terminaron bien. Hacia la noche de la gran “inauguración” -como rezaba en unos pañuelos bordados para la ocasión y que aún se exhiben en el Museo Dardo Rocha- comenzó a llover. El aguacero y la demora en el servicio ferroviario para retornar a Buenos Aires habían encolerizado a algunos asistentes que tuvieron una reacción iracunda a la que contribuyó la instigación de partidarios de Roca, enfrentado con el gobernador, que aprovecharon para sabotear los festejos. En fin, la ciudad aún en ciernes, se había inundado en su primer día de vida.
(*) El presente artículo esta basado en el libro Genealogía de una tragedia (Marea 2018), escrito por el autor y el ingenerio hidráulico Pablo Romanazzi.