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Al acervo histórico de la casona, su dueño le incorporó nuevas esculturas de hierro.
Los trabajos de Merlo en obras particulares abarcan desde 1900 hasta 1920, cuando falleció a causa de sufrir un síncope en plena calle. Prolífico en su producción de propiedades particulares, Merlo tiene en su haber la construcción de casi la mitad de las primeras bóvedas del cementerio platense.
En los planos elevados a las autoridades no aparecen los leones por lo que, evidentemente, se trata de un elemento ornamental incorporado con posterioridad.
Pese a su larga existencia y sus peculiares caracteristicas, la casa de los leones practiamente no ha sido abordada por estudiosos de la historia arquitectonica de la ciudad que la ven con una "curiosidad". Asi la definió el ex decano de la Facultad de Arquitectura y experto patrimonianlista, Fernando Gandolfi. "Tiene una combinacion de motivos heterogéneos dentro de un sistema o 'caja arquitectonica', de proporciones y algunos components derivados del Renacimiento". señaló.
Cambio de dueños
Los fragmentos del derrotero de la residencia apenas titilan en los recovecos de la memoria del barrio, signada por una sucesión imprecisa de propietarios. Durante décadas sus fondos albergaron un galpón para carruajes y un stud. Más tarde, la casa se transformó en un pensionado para familiares de pacientes del hospital Rossi.
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El plano original de la propiedad, fechado en 1908 y firmado por el arquitecto Rómulo Merlo.
Cuando la casa fue levantada, la calle 37 era de tierra y el paisaje estaba prácticamente despoblado, con solo unas pocas quintas dedicadas al cultivo de hortalizas y al pastoreo de animales. Tampoco existia el hospital Rossi, inaugurado recién en 1974. En su lugar, había un amplio descampado que, durante años, sirvió de potrero para los chicos del barrio.
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Permiso para edificar presentado por el propietario Alejandro Fabrizzi
El tiempo, ese guerrero invencible, impone también su bruma sobre fechas y nombres. Las voces más antiguas del barrio arriesgan que, en algún momento del que ya no quedan testigos, los Fabrizzi vendieron la propiedad a un señor de apellido Moirano que administraba un servicio de carruajes que abastecía a la zona con sus coches de gran porte tirados por caballos, ya sea para fiestas, agasajos, casamientos o servicios fúnebres.
De buena posición económica, Moirano mantenía sus carros y caballos en una caballeriza situada en la parte trasera de la casa, a la cual se accedía por un pasaje lateral.
En tiempos de Moirano, el portón de la casona permanecía abierto durante el día. Mientras los chicos del barrio jugaban al fútbol en el potrero de enfrente, las chicas cruzaban el umbral de la propiedad para trepar a los leones y entregarse a la fantasía de aventuras increíbles.
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Adrian Di Bastiano inauguró junto con la casa un libro de visitas donde los que pasan por aqui dejan sus comentarios.
La escritora y poeta Graciela Beatriz Pouzo, que nació y creció en una casa lindera, describió la casona en el cuento “Un pedazo de historia” (de 1978), publicado en el libro Contemos La Plata (Comuna Ediciones 2001) compilado por el actor y activista cultural Ricardo Ibarlin. “En esta cuadra existe otra casa con características singulares, que la hacen diferente. Sobre todo por su arquitectura. Es alta, con esas típicas molduras de las construcciones antiguas. Tiene una banderola de vidrio y algo que llama la atención: una gran escalera de mármol que el tiempo impiadoso ha deteriorado, custodiada por las figuras de dos leones que se alzan cada uno a los costados como si fueran silenciosos centinelas”, evocó Pouzo.
Leones y caballos
Fundado con la ciudad, el Hipódromo de La Plata se instaló en el corazón del Bosque muy cerca de la actual Estación del Ferrocarril. Uno de los principales hitos del turf platense fue la instauración, a partir del 19 de noviembre de 1915, del Gran Premio Internacional Dardo Rocha, la carrera más importante del calendario local. Con el tiempo, el auge del turf fue marcando el carácter del barrio. Los establos se multiplicaron como hongos y las siluetas de corceles se convirtieron en parte del paisaje.
Con el propósito de establecerse en Buenos Aires, Moirano vendió la propiedad a Pedro Zárate, un hombre ligado al mundo de los caballos de carreras. El nuevo dueño transformó la casa por completo.
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Los leones principal atracción para todos los transeuntes que se paran a mirar la particular residencia.
De acuerdo con los planos presentados ante Obras Particulares de la municipalidad, las modificaciones fueron realizadas en 1958 e incluyeron la construcción de una decena de boxes y habitaciones para cuidadores y jinetes que cubrieron buena parte del jardín trasero. Al tratarse de un lote muy amplio quedaba espacio, incluso, para higienizar y variar a los animales. Desde entonces la casa pasó a ser conocida como “Stud de los leones”.
El ex jockey y entrenador Juan José Martínez, figura emblemática del turf platense, guarda un vínculo especial con la historia del lugar. Nació en esa misma casa en 1959 y pasó su infancia entre sus paredes, conociendo desde adentro el mundo de los caballos y las leyendas que rodean a la residencia.
"Vivíamos con mi familia en la parte de arriba, mientras que en el sótano, que estaba subdividido, se alojaba otra gente", relata Martínez, que recuerda con gran cariño los años vividos allí y se emociona al nombrar a sus abuelos, Maria y José, muy presentes durante su crianza. Su memoria se vuelve vívida cuando habla del momento en que se construyó el hospital, inaugurado en septiembre de 1974 como Policlínica del Turf, destinada a brindar asistencia médica a los trabajadores del sector hípico, aunque, un par de años después, pasó a depender del Ministerio de Salud bonaerense.
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Al valor patrimonial de la vivienda se suma la incorporacion de objetos antiguos que son el hobby del actual propietario.
La casa de los leones tiene un imán para curiosos. Muchos se detienen a observarla, le sacan fotos y algunos hasta se atreven a pedir permiso para conocerla.
Entre los vecinos circulan infinidad de relatos y leyendas. Uno de los más mentados cuenta que, por las noches, el espíritu en pena de una mujer recorre los antiguos pasillos del fondo de la propiedad donde antaño estaban las caballerizas. “Mis tías, que también vivían ahí, decían que se escuchaban ruidos raros pero yo nunca oí nada”, asegura Martínez.
Muchas de las historias refieren a episodios ligados al mundo del turf, aunque verosímiles, a falta de precisiones resultan de difícil comprobación. En una ocasión, cuentan que Zárate preparaba con mucho esmero un caballo con grandes posibilidades de alzarse con un prestigioso premio nacional. Sin embargo, personajes vinculados al lado oscuro del mundo del turf intentaron convencerlo de que se dejara ganar en la carrera. Zárate se negó rotundamente. Esa tarde, pidió a los peones que cambiaran de box al favorito y en su lugar pusieran allí a otro animal. A la mañana siguiente, el caballo muleto apareció muerto, víctima de un machetazo.
Entre los caballos que pasaron por allí, uno especialmente recordado por su destacada trayectoria y la cantidad de premios obtenidos fue Chirlazo, ganador de varios grandes premios que en la década del 80 y que solía correr montado por el jinete Luis Alzamora.
Tras la muerte de Pedro Zárate, a mediados de la década del 80, la casa mutó en una especie de pensión, inicialmente destinada a los familiares de pacientes internados en el hospital. Poco a poco, la situación fue cambiando y los residentes transitorios se fueron volviendo permanentes.
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En la imagen puede observarse la situación del patio de la casa en 2012. Todo el espacio ocupado por departamentos adaptados de los boxes de caballos.
A partir de entonces, el destino de la propiedad comenzó una clara decadencia, marcada por innumerables conflictos que derivó en ocupaciones ilegales en varios de los sectores en que la vivienda había sido dividida. Aquí, nuevamente, el hilo se pierde y nadie parece en condiciones de aportar demasiadas certezas.
Las intrusiones y la decadencia derivaron en un operativo de desalojo a cargo de Gendarmería. Luego, la propiedad fue a remate.
Nuevos aires
Atraído por su arquitectura, el empresario gastronómico porteño Luciano Nazar Anchorena, adquirió la casa en un remate pensando en convertirla en una suerte de espacio cultural. Sin embargo, pronto abandonó la idea y puso en venta la propiedad.
En 2012, el docente, director y productor teatral Adrián Di Bastiano se enamoró a primera vista de la casa. Tras haber vivido un tiempo en Tigre, se había instalado en Villa del Plata. A pesar de que el estado de la vivienda era deplorable, no se amilanó. Junto su ropa, una heladera y un microondas y se mudó.
Desde ese momento, Di Bastiano, un actor y profesor de teatro con amplia trayectoria, comenzó a trabajar para restaurar y poner en valor el valioso patrimonio que representa la casona. Con la ayuda de amigos y conocidos fue recuperando distintos sectores de la casa.
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Adrián Di Bastiano, artista y actual propietario de la Casa de los dos leones.
Las primeras cosas que hizo fue retirar los tabiques instalados para subdividir los ambientes y demoler la mayoría de los boxes para recuperar el espacio trasero del patio y el jardín. También tuvo que anular los cinco de los seis medidores de luz, gas y agua existentes. Reparó los techos y reconstituyó pisos calcáreos y de pinotea.
Abocado en los últimos tiempos a la adaptación de series infantiles de televisión al teatro, Di Bastiano, es, además, coleccionista de antigüedades y en la casa reúne numerosos objetos de época y esculturas. Durante un tiempo vivió en la casa de los leones y llevó adelante allí sus talleres la artista plástica Sandra Altinier.
Como sucede con las casas antiguas, la tarea de preservación se vuelve interminable. Sin embargo, Di Bastiano sigue adelante. En el sótano puso en funcionamiento un salón para diversas actividades mientras que en el fondo planea restaurar el viejo galpón de caballerizas para montar allí una sala de ensayos. Proyectos que alargan la vida a una de las casas más antiguas e icónicas del barrio.